Maria Kalaniemi y el nuevo folk finlandés

Todos los países suelen contar con algún artista minoritario que, sin embargo, ha alcanzado cierta notoriedad en el extranjero, ya sea a través de ciertos medios de comunicación, intervención en festivales o un escritor que lo menciona en un libro. En Finlandia tienen a Maria Kalaniemi, tan desconocida dentro como alabada fuera.



En mi última estancia en Helsinki encontré en la librería Akateeminen un precioso disco-libro llamado simplemente Finlandia, con fotografías de Rax Rinnekangas y música de Maria Kalaniemi. La obra completa está dedicada a los últimos finlandeses que aun mantienen una forma de vida cercana a sus raíces entre esos dos mundos tan diversos como son Escandinavia y la Madre Rusia. Un texto introductorio de Pekka Hako nos viene a decir que tanto las imágenes como la música son una representación del alma rural de este país, alejada del conocimiento superficial o de los chistes de quienes habitan las grandes ciudades, y donde el paisaje no es sólo el fondo que aparece tras la gente.

Rax Rinnekangas (vivió algunos años en España, publicó un libro sobre los vascos y expuso en el Reina Sofia) ha recorrido estas regiones durante quince años. Algunas fotos pertenecen de una manera tan endémica a su propio mundo que es preciso alguna información adicional para darle algún sentido a quienes nos faltan los puntos de referencia adecuados, como la de un joven trajeado con una flor blanca en la mano: se trata del día de su confirmación, cristianización del antiguo rito de pasaje tras el que el niño pasaba una dura prueba tras la que era considerado un adulto, con derecho a llevar armas. Ahora todo es más sencillo, una simple ceremonia en la iglesia más próxima y ese joven ya ha dejado atrás su tiempo de infancia. O la foto con un grupo de cinco jóvenes en medio de una carretera; se trata de uno de tantos grupos musicales que recorren los pueblos finlandeses donde hay locales para bailar, ofreciendo su repertorio de polkas, tangos, twists y viejos roncanroles. Algunas de las fotos son de los tiempos en que realizó su libro más importante (por haber tenido difusión internacional): Los prisioneros del paraíso.

Por su parte, el disco de Maria Kalaniemi, con el título Viimeinen Maa (La Última Tierra) contiene diez canciones, de las cuales ocho son composiciones propias. Además de tocar el acordeón y la armónica, canta unas estrofas sacadas de viejos cancioneros y que vienen a expresar la identificación de los sentimientos de una persona con el paisaje y los ciclos de la naturaleza.

Cuando lo escuché por primera vez, me impresionó especialmente el corte 3, Salin hämärissä, traducida al inglés en el disco como La mortecina luz de la granja. Me imaginé a una de esas personas fotografiadas por Rinnekangas abriendo la puerta de su granja en una brumosa mañana otoñal; ante ella se desplegaba una panorama que a ojos extraños resultaría desolador, pero esa persona aspiraba lentamente el aire frío y sonreía desde el fondo de su corazón. Las cosas estaban como debían estar en ese momento y en ese lugar del mundo. Y eso era bueno...

Tal vez de Maria Kalaniemi no sea lo más importante su virtuosismo, que lo tiene, sino esa manera de transmitir sensaciones a través de su acordeón. No he tenido oportunidad de escucharla en directo, pero un redactor de la revista norteamericana Snowbound afirmaba haber llorado ante su interpretación de Los mareados en el festival Nordic Roots. (Esta versión del tango argentino figura en su disco Ahma, publicado en España).



Además de sus propios discos como solista o acompañada por su grupo Aldargaz, más otros tres como componente y fundadora de Niekku, también ha colaborado con grupos tales como Helsinki Melodeon Ladies o Accordion Tribe (este con acordeonistas de cinco países), u otros solistas, como su profesor en la Academia Sibelius, Heikki Laitinen, el violinista sueco Sven Ahlbäck o el cantante japonés Halo. Sus discos y giras se complementan con la enseñanza del acordeón en el departamento de música folk (también hay otro de clásica) de la citada Academia Sibelius, donde ella entró como alumna hace veinte años. Muchos de sus antiguos compañeros ahora forman parte de los mejores grupos finlandeses. En 1996 fue el primer intérprete de música folk en recibir el Premio de Finlandia.

Hasta ahí, todo bien. Pero resulta que ninguna de las diez personas con las que hablé de música en mi último viaje por Finlandia ni otras diez con las que hablé después tenían la más mínima idea de quien era la tal Maria Kalaniemi, a pesar de que sus discos han tenido distribución internacional y han sido alabados por la revista americana especializada Folk Roots. Ni tampoco sabían que el departamento de música folk de la Academia Sibelius, gracias a su impulsor Heikki Laitinen, supusiese algo así como una puerta abierta para aquellos músicos que querían recuperar instrumentos y modos de hacer tradicionales, pero con el frescor que podían aportarle los nuevos medios y una mentalidad joven, evitando así el inmovilismo que llevó a la previa decadencia de este tipo de músicas. O que Maria fuese un ejemplo a seguir para muchas finlandesas, en un mundo en que los instrumentos tradicionales eran tocados casi exclusivamente por hombres, a pesar de llevar muchos años de igualdad real en los más diversos tipos de trabajos.

Seguramente, no me hubiese llevado la misma sorpresa de haber ido a Kaustinen, en la región de Ostrobotnia, considerada como la capital finlandesa de la música folk. Esta ciudad es la cuna del un festival internacional especializado (desde 1968), de un Instituto de Folklore (desde 1974) y de un Museo de Instrumentos Folklóricos (desde 1987). El éxito del festival y el influjo de la Academia Sibelius dio lugar a otros similares en Haapavesi y Rääkkylä. Además de Maria Kalaniemi, son habituales en sus escenarios JPP (este grupo de violinistas es el más esperado todos los años), Tallari y Troka (del mismo Kaustinen), Värttinä y MeNaiset (grupos de Carelia), Wimme y Angelit (de Laponia), Gjallarhorn (tradición sueco-finlandesa); aunque, sin duda, uno de los que más ha impresionado últimamente ha sido Kimmo Pohjonen, al que algunos llaman el Jimi Hendrix del acordeón, con una estética y puesta en escena que haría las delicias de cualquier maestro del surrealismo parisino. A nivel musical, explora nuevas sonoridades para el viejo instrumento a través de unos pasajes llenos de texturas, imágenes e inquietantes resonancias.

Prácticamente de todos ellos pueden encontrarse discos en España, tanto en solitario como en las antologías Estrella Polar (Resistencia), Las músicas de Escandinavia (Fnac) y Scandinavia (Rough Guides - Nuevos Medios).

Pero no nos engañemos. Esto no quiere decir que el folk, tradicional o renovado, sea ahora un movimiento mayoritario en Finlandia, ni mucho menos. De hecho, estos nombres eran tan desconocidos a mis interlocutores finlandeses como el de Maria Kalaniemi. Claro que, algo similar ocurriría si un finlandés viene por aquí preguntando por Javier Paxariño, Rosa Zaragoza, Chano Domínguez o Luis Paniagua.

Eso sí, gracias a la Academia Sibelius, el folklore y los viejos instrumentos, como el kantele, el arpa o el acordeón, ya no son cosa de museos; ahora también son materia viva, ya que los nuevos intérpretes no se limitan a repetir machaconamente las antiguas tonadas, sino que aportan sus propias ideas, enriqueciendo así un lenguaje musical que de otra manera habría quedado estancado y por lo tanto condenado a morir. De ahí que, hoy por hoy, Finlandia sea como una fuente de la que surge todo un envidiable caudal de sonidos nuevos y antiguos que ha conseguido que muchos musicólogos o amantes de la música en general levantemos la mirada (y los oídos) hacia ese rincón al norte de Europa.

Allí pasaron por décadas en las que lo autóctono simplemente se despreciaba y permanecía enterrado entre la avalancha de la música anglosajona, igual que en todas partes. No es algo que pueda volverse atrás, ni falta que hace; simplemente, en los demás países habría que seguirse el ejemplo finlandés.

A modo de cosecha, cada año puede hacerse una “cata” en las antologías Artic Paradise, editadas por el FMIC, organismo oficial encargado de promocionar la música finlandesa, en las que puede verse la evolución de los que ya pueden considerarse clásicos (los citados más arriba) y las aportaciones de quienes comienzan su carrera musical por los senderos del nuevo folk (también la ausencia de quienes ese año no han hecho los deberes y se han quedado en la cuneta). Y es difícil imaginar que alguno de ellos no haya pasado por la Academia Sibelius.
Texto del libro Finlandia, Suomi para los amigos.
Como artículo fue publicado en la revista Worldmusic.

© Manuel Velasco


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