Balleneros vascos en Islandia

BALLENEROS VASCOS EN ISLANDIA
Historia de Iberia Vieja
Manuel Velasco

En la región islandesa de los fiordos occidentales (Vestfirdir) quedaron historias que se pasaron de generación en generación (al modo de las sagas de sus antepasados vikingos) sobre la presencia de balleneros vascos en el siglo XVII. Tristes recuerdos de un tiempo de penurias, cuando el gobierno de la lejana metrópoli danesa impuso su monopolio sobre cualquier transacción comercial que se produjese en la isla, lo que, unido a algunos desastres naturales, llevó a los islandeses a la peor epoca de su historia.

Los balleneros vascos, que en aquellos tiempos prácticamente monopolizaban el comercio internacional del aceite de ballena, solían visitar Islandia en sus viajes por el Atlántico norte, donde obtenían provisiones, además de vender bajo cuerda algún tipo de mercancías a los isleños, lo cual estaba totalmente prohibido por real decreto. Tambien pagaban un buen dinero a los gobernantes de la zona por el derecho a la pesca y autorización para tomar tierra y completar el proceso (descuartizar a los animales, fundir la grasa).

El 1615 fue un año clave en esta historia islandesa, tanto por ser especialmente duro, climatológicamente hablando, como porque sólo llegaron tres barcos vascos con cerca de noventa marineros en total. Ese mismo año también llegó un decreto del rey danés, Christian IV, en el que autorizaba explicitamente la apropiación de los barcos vascos e incluso alentaba la matanza de los tripulantes, a los que acusaba de robar y estafar "a mis súbditos islandeses".

A pesar de todo esto, cuando llegó el final de la temporada de pesca, a mediados de septiembre, sólo habían ocurrido algunos leves incidentes entre marinos y nativos, que se solucionaron pacíficamente. Pero, justo la última noche, mientras celebraban la fiesta de despedida, una tormenta arrastró un iceberg al interior del fiordo (Reykjalfjordur) donde estaban fondeados los navíos; la masa de hielo flotante golpeó uno de los barcos de tal manera que acabó hundiendose, mientras que otro, golpeado por el primero, quedó a la deriva en medio del temporal, estrellándose contra unas rocas y hundiéndose también. El tercer barco sufrió varios desperfectos en la quilla que lo dejaron inutilizable. Todo el trabajo de una larga y fructifera temporada se había perdido en pocos minutos.

Sólo a horas de iniciar el viaje de regreso, los balleneros vascos se encontraron prácticamente con lo puesto. Era un situación peligrosa, sin armas (sólo tres fúsiles y alguna pistola) y con la posibilidad de que los isleños se tomasen el decreto real a rajatabla. Los marineros vascos se alejaron de aquel lugar en las ocho barcazas que utilizaban para sus tareas cotidianas. Más tarde se dividieron en dos grupos. Uno de ellos buscaría en las costas del sur cualquier barco que pudiera llevárselos de allí y el otro buscaría refugio para pasar el invierno, que ya se les venía encima, por si el primero no conseguía nada.

Este último grupo, tras encontrar una isla (Aedey) donde establecerse, se dividió a su vez en otros dos: unos fueron a tierra firme para conseguir provisiones (que tuvieron que robar, y no olvidemos que era una epoca de penurias para los isleños), mientras que los otros seguían preparando un campamento lo mejor acondicionado posible teniendo en cuenta las circunstancias.

Enterado de todo esto, el gobernador de aquella tierra, Ari Magnusson, organizó una especie de milicia entre los suyos. A mediados de octubre, llegaron a las proximidades de la isla, esperaron a que anocheciera y atacaron, matándolos a todos los que alli habia mientras dormían. Después fueron a tierra, hasta la granja donde el grupo que buscaba provisiones se había refugiado de una tormenta. Tras un intento de negociación entre un clerigo islandés y el capitán vasco, en latín, el capitán salió y entregó su pistola, pero uno de los isleños lo golpeó con un hacha, hiriéndolo. La reacción del capitán fue inmediata, saltó al mar e intentó huir a nado, pero fue alcanzado por una pedrada en la cabeza. El cuerpo, aun con vida, fue arrastrado a tierra, desnudado y violentado por la multitud. Despues consiguieron entrar en la casa de la granja (seguramente los vascos ya se habían quedado sin munición). Ninguno se salvó. Fueron arrojados al mar desde un acantilado, desnudos y con los vientres abiertos.

La noticia se extendió por la isla y llegó hasta el tercer grupo, el que buscaba, al parecer infructuosamente, un navío que los pudiese sacar de Islandia. Dadas las circunstancias, prefirieron arriesgarse a robar un barco inglés e irse de allí.

A esta terrible historia no le falta un final digno de una saga vikinga: el cadáver del capitán vasco, arrastrado por la corriente, apareció en una costa que pertenecía al gobernador Ari Magnusson, lo cual seguramente fue tomado como una mal augurio.

artículo publicado en la revista Historia de Iberia Vieja / 2007
y en el libro Territorio Vikingo (versión completa)
© Manuel Velasco

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