Chiang Rai y el Triángulo de Oro

CHIANG RAI Y EL TRIANGULO DE ORO
(TAILANDIA)
artículo publicado en la revista mexicana GeoMundo / 1999
Manuel Velasco

Chiang Rai, la ciudad más norteña de Tailandia, nos da la bienvenida con una ligera llovizna en una tarde grisácea; pero, si acaso eso presagiaba algo negativo, la visión que tengo desde la terraza de mi habitación, en el hotel Baan Boran, lo contrarresta totalmente: un aire dulce, cálido, con una textura casi sólida me envuelve en una oscuridad iluminada por las fosforescencias intermitentes de cientos de luciérnagas que evolucionan sobre los matorrales o sobre las aguas del río cercano, además de la sinfonía de miles de grillos y ranas. El malai o guirnalda de bienvenida, añade su aroma de jazmín a la escena. 

El amanecer no hace sino confirmar las primeras impresiones. Tras la profusa vegetación tropical, las aguas del río Ruak acogen las barcas de algunos pescadores, mientras las brumas matinales casi ocultan a lo lejos la ancha franja del Mekong, río que se hizo célebre internacionalmente desde la guerra de Vietnam, aunque ya entonces contaba con una larga historia. Justamente son estos dos ríos los que constituyen la frontera natural entre Tailandia, Laos y Birmania. 

Este es el famoso Triángulo de Oro, como atestiguan algunos monumentos y señales puestos por doquier de cara a los turistas, junto al viejo símbolo de las plantas de opio (Papaver Somniferum). Ahora los tres países fronterizos del Triángulo se han unido a China en un tratado económico que permite el paso de mercancías prácticamente libre de impuestos, cosa que han sabido aprovechar los chinos para abrir nuevos mercados, llegando a montar factorías en el sur de su país para facilitar las cosas. 

En el embarcadero de Chiang Saen pueden verse desvencijados y cochambrosos barcos militares desahuciados por el ejército, sobre los que ondea la bandera china, y que sirven a los nuevos mercaderes para llevar esas mercancías (artesanía y objetos de decoración) que tendremos la oportunidad de ver a lo largo y ancho de la región. A primera hora de la mañana, vemos a los monjes budistas, ataviados con su llamativas túnicas color azafrán, recorrer las calles con sus carritos para recibir la donación de comida por parte de los creyentes. No hay palabras, ni gestos de saludo ni menos aun muestras de agradecimiento. La donación de comida a los monjes es un deber de los creyentes con el que hacen méritos para su vida futura; por lo tanto, no hay nada que agradecer. 

Tras acercarnos al mirador de Sop Ruak, donde se divisa la unión geográfica de los tres países, hacemos una excursión en lancha por las aguas del río Mekong, cruzando las imprecisas fronteras acuáticas, aunque sin tomar tierra. Las alargadas lanchas, muy potentes debido a sus motores de camión adaptados, se deslizan rápidamente sobre las aguas, produciendo un ruido infernal. 

En la orilla de Laos se han montado algunos tenderetes sobre pilotes, por lo que, al no pisar tierra, técnicamente no se entra en el país cuando se sube para comprar algún refresco o alguna camiseta que atestigüe el haber estado en Laos. Los pescadores, en pequeñas canoas movidas a remo, realizan pacientemente sus funciones; los niños, a la salida de la escuela, se refrescan alegremente en las turbias aguas. 
LAS TRIBUS DE LAS MONTAÑAS 
El principal motivo por el que los viajeros llegan a esta tierra es el de visitar las tribus de las montañas. Estas tribus están repartidas entre los cuatro países que conforman el tratado del Triángulo de Oro, pero al haber sido Tailandia el único país sin restricciones para el libre movimiento del viajero, son las suyas las más conocidas en occidente. Hay en estas montañas del norte seis etnias distintas: Karen, Meo, Akha, Lahu, Lawa, Lisu y Yao (a algunas se les puede denominar con otros nombres), cada una con su propia cultura, lengua y religión, que han ido llegando en sucesivas migraciones relativamente recientes (la principal ocurrió a comienzos del presente siglo). 

Las persecuciones y las búsqueda de la supervivencia obligó a estos pueblos a buscar refugio en unas montañas donde la vida era difícil, con una tierra no demasiado apta para los cultivos -excepto de opio- ni para el pastoreo. Este afán de supervivencia como una comunidad diferenciada los ha mantenido sin mezclarse con otras tribus, por lo que cada una tiene su propia manera de vestir, sus propios rituales, integrados en la corriente animista, y su propia forma de entender la vida. 

Tras tomar una lancha en el embarcadero de Lumit y recorrer un tramo del río Kok, el primer pueblo de las montañas que visitamos es la tribu Karen, también llamada Kariange o Yang. Los Karem proceden de Birmania, en cuyas montañas del este viven unos 4 millones, aunque se cree que originariamente llegaron desde el Tibet. Los frecuentes problemas con el ejército birmano ha ocasionado una recurrente migración, no vista con buenos ojos por el gobierno tailandés, que no puede hacer mucho por evitarla, excepto cerrar el punto fronterizo de Mae Sai cuando hay enfrentamientos armados. Se calcula una población de alrededor del medio millón de karens, lo que les convierte en la tribu más numerosa del norte de Tailandia; a pesar de eso, son los que menos rasgos distintivos muestran, ya que se han integrado bastante en la cultura tailandesa. 

 El poblado que visitamos cuenta con unos 615 habitantes divididos en 120 familias. Llegamos justo cuando los niños salen de la escuela perfectamente uniformados (camisa blanca y pantalón/falda negro) y se encargan de disuadir a los turistas para que les entreguen 1 bat o un caramelo; algunos al menos intentan vender pulseras hechas por ellos mismos. Como ya llevan 10 años recibiendo turistas, han aprendido frases en varios idiomas occidentales.
 
Una señora ataviada con el traje tradicional, y que aparenta ser muy vieja aunque tal vez tenga poco más de cuarenta años, nos cuenta a través del guía las diferencias visibles entre una mujer casada (falda roja, tatuajes) y una soltera (falda blanca, ausencia de tatuajes), siendo las chicas casaderas las que más cuidan su apariencia. Mientras los hombres cazan, cultivan los campos o se encargan de llevar turistas sobre elefantes, las mujeres atienden los tenderetes de artesanía. Este es un pueblo curiosamente cristiano (también lo son algunos pueblos Lahu). Es por eso que aquí no hay ninguna casas de los espíritus, como ocurre en otras etnias e incluso entre la población tailandesa en general. De igual manera, es la única tribu donde no se acepta la poligamia. 

Al día siguiente subimos la sinuosa carretera de la montaña Doi Mae Salong, donde podemos visitar otras dos tribus: los Yao y los Akha, que tradicionalmente vivido del cultivo del opio, ya que la temperatura de su zona es ideal para conseguir buenas cosechas. Tras la ilegalización de este producto, el gobierno tailandés les proporciona semillas para que cultiven maíz, arroz, café, té, soja. 

Los Yaos, también llamados Mien, son originarios del sur de China, y allí es donde vive la mayoría, aunque están distribuidos entre Laos, Vietnam y Tailandia, llegando a esta región de Chiang Rai en la segunda parte del pasado siglo. Actualmente viven del cultivo de café, té, maíz, cebollas y otras verduras aprovechando como pueden las pendientes de las colinas. Las mujeres lucen unos curiosos turbantes negros, que son muy importantes en su vida social, ya que no deben enseñar su cabello en público, su otra especialidad son las telas bordadas. Aquí se casan muy jóvenes y sólo entre miembros de la misma étnia y el hijo primogénito no se puede ir de la casa de los padres, ya que es el encargado de cuidarlos cuando sean viejos. 

La mayor diferenciación de los Yaos respecto a las otras etnias es el uso de la escritura, conservando documentos sobre sus orígenes, además de textos religiosos e infinidad de leyendas, entre las que se incluye el haber cruzado un mar. La lengua es un dialecto del chino-tibetano y escriben con caracteres chinos. De igual manera, su sentido religioso está influenciado por el taoísmo, al que se añade el animismo, por lo que cuentan con sacerdotes y chamanes, cada uno ejecutando las diversas ceremonias ya sean dirigidas a los dioses o a los espíritus de la naturaleza respectivamente; en los rituales tienen gran importancia los textos sagrados escritos, así como las concienzudas pinturas que forman parte de muchas ceremonias. Estos cuadros, cuando son viejos y deben reemplazarse por otros, se los venden a los turistas, tras ser previamente desconsagrados. 

En el poblado Baan Huay Nam Yen, una calle limitada por una profusa vegetación tropical, entre la que destacan por su propio valor las plantas de bambú y las heliconias, nos lleva hasta una guardería patrocinada por Unicef, donde los niños reciben una aportación extra de leche y yodo que les apartará del peligro de sufrir el bocio. Las mujeres ocupan rápidamente sus puestos tras los tenderetes ante nuestra llegada; nos llaman a voces y usan con destreza la calculadora para el ciclo de oferta-contraoferta, aunque aquí el regateo no llega a los límites que en Bangkok; incluso prefieren perder la venta antes que hacer demasiadas concesiones. Una anciana sale a nuestro camino, se sienta y enciende una pipa de bambú, presumiblemente cargada de opio, y, ante la negativa de darle dinero a cambio de mirarla, nos suelta todo tipo de improperios. 

Por su parte, los Akha, originarios de la región china de Yunnan, son una de las etnias menos numerosas (unos 30.000), a pesar de tener el mayor numero de poblados tribales de esta región. Según nos cuenta la guía, aquí los perros negros son un elemento gastronómico muy preciado, llegando a estar cotizado en un equivalente a 10$. Aunque las jóvenes lucen camisetas con letreros "occidentales", las mujeres van ataviadas con trajes típicos, en los que destaca una especie de minifalda negra y un característico turbante adornado con monedas, semillas y borlas. Conocen el valor de su imagen y no dudan en pedirnos 10 bats a cada uno por dejarse fotografiar. Y si alguna no consigue la cantidad pedida -las monedas llegan a terminarse tras haber pasado por los otros poblados-, una sarta de lo que deben ser palabrotas y maldiciones surge de sus bocas, como si se sintiesen estafadas por esos miserables extranjeros que no son capaces de apreciar su arte. Otras, al ver que ya no hay más monedas que rascar, se conforman con un cigarrillo. Algunas ancianas, además de fumar continuamente de una pipa, mastican una bola de betel que les ha vuelto de color rojo en interior de la boca. En los tenderetes, además de los consabidos objetos decorativos chinos, hay machetes, máscaras, tejidos y, sobre todo, pipas metálicas o de madera de todos los tipos y tıamaños. Y es que los akha no ocultan su amor por el opio; incluso en una cabaña invitan a los turistas a fumar la planta prohibida, previo pago de 100 bats por una calada en una pipa comunal. Para los akha es muy importante el conocer de memoria la genealogía completa de cada uno; y todas comienzan lógicamente con el primer hombre, llamado Sm Mi O. Las casas tienen dos puertas y dos partes perfectamente diferenciadas para uso de los hombres o de las mujeres; un invitado masculino no puede entrar en el área femenina, en cambio una mujer puede entrar en las dos. Así mismo, los invitados deben salir por la misma puerta por donde entraron. Todas las casas tienen un altar para los espíritus ancestrales de la familia. Por encima de estos espíritus está el Señor de la Tierra y el Agua, protector del poblado, y por encima de este, el dios supremo, llamado Apoe Miyeh. En las dos entradas del poblado hay sendas "puertas de los espíritus", que es un espacio al aire libre limitado por una valla de troncos, donde hay unas imágenes totémicas que nadie debe tocar; representan cuerpos masculinos y femeninos perfectamente definidos, a veces involucrados en explícitas actividades sexuales. Estas figuras son cambiadas cada año en una ceremonia especial y los akha les hacen sus peticiones, con ofrendas de dinero, comida y bebida. Esta puerta es una barrera contra los espíritus ajenos al poblado; también sirven para purificar a los propios pobladores cuando regresan de un viaje. En ningún caso deben ser tocadas por los extraños. Al igual que en otras tribus, las relaciones con la divinidad son llevadas por un sacerdote, mientras que los temas relacionados con los espíritus los soluciona el chamán. Son tiempos de profundos cambios para las tribus de las montañas tailandesas. 

La transformación de su economía, basada en muchos casos en el cultivo del opio, hacia elementos menos rentables se complementa con el turismo, con lo cual surge una nueva alteración: una "sesión de fotos" en un día que lleguen muchos turistas resulta más rentable que cultivar la tierra. Ahora la electricidad les separa del ritmo de la naturaleza que ha marcado tradicionalmente sus vidas; los jóvenes van a la escuela y aprenden tailandés y un concepto de existencia que poco tiene que ver con el de sus mayores, cuya vida ya les resulta demasiado dura. También hay que contar con que el terreno disponible en las montañas ya está saturado; el movimiento sólo es posible hacia el sur, donde la llamada de la "civilización", con sus brillos y engaños es tan poderosa como globalizadora. 

Al regresar, vemos como en la otra montaña del lugar, Doi Tung, sobresale la dorada cúpula del templo de Wat Phra Thaat Doi Thung, a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar. Antes de abandonar las montañas, aun tenemos tiempo para entretenernos en un mercadillo al lado de la carretera, donde mujeres de varias tribus venden su artesanía; en algunos tenderetes encontramos productos que no hemos tenido la oportunidad de ver en las tribus visitadas, como botellas de licor donde han introducido culebras, lagartos, escorpiones o raíces de ginseng. Aseguran que un buen trago de estos licores acrecienta la virilidad, tema este que al parecer preocupa mucho por aquí, ya que además de estos afrodisiacos más o menos naturales, nos ofrecen unas pastillas "para los que la tienen pequeña y floja", como nos traduce la guía, que no puede simular su risilla pícara. El prospecto de tal fármaco está escrito en chino, pero las imágenes con que está ilustrado no ofrecen ninguna duda acerca de su utilidad. 

La despedida de Chiang Rai tiene lugar en un restaurante tradicional, donde previamente nos hemos quitado los zapatos. Los asientos son bastante bajos -deben ser especiales para occidentales, ya que los nativos se sientan en otros a ras del suelo- y en las pequeñas mesas circulares van dejando pequeños recipientes metidos en cestitas de bambú: sopa, ensaladas, fritos, guisos; todo junto, porque en la gastronomía tailandesa no hay un orden determinado para comer los alimentos. Según se van vaciando (excepto uno que es excesivamente picante y se queda casi intacto), los van reponiendo hasta que nos sentimos saciados. Mientras tanto, sobre el escenario evolucionan unas bellísimas bailarinas que nos deleitan con sus danzas tradicionales del norte de Tailandia. 

  RECOMENDACIONES PARA VISITAR LAS TRIBUS DE LAS MONTAÑAS
  • Al visitar las tribus, no entrar en casas que tengan un signo tabú, como una especie de estrella de bambú bajo la puerta o bajo el techo. Estos signos suelen indicar que la casa está pasando por un ritual religioso y solamente pueden entrar los miembros de la familia.
  • Si se es invitado a entra en una casa, no tocar el altar de los espíritus ni el fogón.
  • No hacer fotos a personas enfermas.
  • Llevar suficientes monedas sueltas y cosas tales como caramelos o las pastillas de jabón del hotel.
  • Los que vayan en pareja no deben mostrar signos de afecto, como besarse, que pueden ofender las costumbres locales.
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MEKONG: EL NEGOCIO DEL OPIO 
Este fue (y aún no ha desaparecido) el gran negocio de la zona, porque allí crece de forma natural y es usado desde tiempos inmemoriales. Para algunas tribus de las montañas sigue siendo la principal fuente de ingresos, aunque al negocio también habría que añadir la adición, que causa estragos entre ellos: un adicto necesita fumar alrededor de 30 pipas diarias; tras la cortina de bienestar, ausencia de preocupaciones y sueños agradables, llega, según dicen los expertos, la náusea, la apatía, el abotagamiento físico y mental, el desinterés por la comida y el sexo. Y la imperiosa ansiedad por volver a fumar. Una "perfecta" preparación para la muerte. 
Pasaron ya los tiempos en que la British East India Company controlaba prácticamente todo el tráfico de opio hacia China a cambio de té y seda. La adición al opio en aquel país llegó al punto de provocar dos guerras en el pasado siglo, hasta que el gobierno chino no vio otra solución que legalizar el comercio, imponiendo unas fuertes taxas. Pasaron también los tiempos en que el relevo del control del tráfico pasó, desde Indochina, a manos del gobierno francés, con cuyas ganancias sufragaron sus gastos militares. El cultivo del opio en Tailandia se declaró ilegal en 1959, aunque, a pesar de los esfuerzos del gobierno, aun se comercia con grandes cantidades de droga, ya que el norte del país es el agitado punto de intercambios entre Birmania y Laos, países donde la producción sigue aumentando. En Birmania hay dos grupos guerrillero-mafiosos que controlan el comercio: el Ejército del Estado de Shan, que promueven la independencia del dicha región birmana, y el Kuomintang, que representa al gobierno chino pre-Mao. Con las armas en la mano, reclutan jóvenes de las tribus de las montañas, además de imponer precios y niveles de producción. Las factorías de conversión del opio en heroína a lo largo de la frontera birmana están fuertemente custodiadas por grupos bien armados e incluso por campos minados. Y a pesar de la enorme cantidad de ganancias que este comercio proporciona (o tal vez por eso) las revoluciones que dichos grupos propugnan nunca tienen lugar.
artículo publicado en la revista GeoMundo
© Manuel Velasco

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