Peregrinos en los templos egipcios


Peregrinos en los templos egipcios

artículo publicado en la revista Enigmas / 2004

Manuel Velasco


A los templos egipcios acudían básicamente dos tipos de peregrinos, los que buscaban la sanación, que al mismo tiempo era física y espiritual, y los que buscaban una experiencia iniciática.Y los sacerdotes del templo a todos atendían según sus necesidades.

Los enfermos llegaban a los templos a curar sus dolencias, lo cual debía suponer un continuo peregrinaje a los lugares más prestigiosos por el poder y conocimiento de sus sacerdotes o por las cualidades energéticas del propio templo o de sus aguas medicinales. Algunos contaban con una especie de estanques donde los enfermos podían bañarse; también podían beber las aguas que previamente habían pasado por algunas estatuas que tenían escritas fórmulas mágicas relativas a la sanación.

En otros simplemente se confiaba en la intervención directa de algún dios. En esta aspecto destaca el templo-mausoleo de la reina Hachepsut, en Dar el-Bahari, que se hizo célebre sobre todo el la época ptolemáica. Esto llevó consigo que también acudieran los peregrinos de Grecia, alguno de los cuales dejó un graffiti de agradecimiento a Atón, dios del que Hachepsut se sentía descendiente directa, tal como lo dejó grabado en las paredes de su templo-mausoleo.

Seguramente había albergues cercanos al templo, donde los peregrinos podían alimentarse y pernoctar. Pero a algunos se les permitía dormir en el interior, como parte del proceso curativo, con el fin de tener un sueño inspirado por el dios tutelar, en el que tendría las claves oníricas para encontrar remedio al mal que le aquejase. Es de suponer que este método estaría aconsejado cuando el sacerdote viese de alguna manera que la enfermedad estaba ocasionada y mantenida por el propio paciente, por lo cual los remedios habituales no se mostraban útiles. Era necesario que el paciente tuviese algún tipo de “iluminación” acerca de qué hizo para encontrarse a sí mismo y que realizase después lo que hiciese falta para devolver la armonía a lo que él hubiese desequilibrado.

En algunos templos podrían realizarse otro tipo de acciones más específicas, como en Kom Ombo (junto con los de Dendera, Edfú y Filé constituía una especie de ruta de sanación), donde estaban los mejores sacerdotes cirujanos, capaces entre otras cosas de recomponer fracturas, hacer trepanaciones y cirugía cerebral o prótesis dentarias. Este templo también disponía de un pozo, al que se consideraba de aguas milagrosas (procedentes del Nin, el Abismo Acuoso previo a la creación del mundo), y unos bajorrelieves que representaban a prisioneros de guerra a los que se les podía traspasar las enfermedades restregando las manos por sus caras.

Seguramente la mayoría de los peregrinos se conformaba con una experiencia espiritual sencilla, que aportarían la propia energía telúrica del templo mas la aportada por los sacerdotes, en unas ceremonias más o menos espectaculares, canalizando la energía del dios protector de su templo. Son experiencias que, en mayor o menor medida, aun se pueden tener, incluso en el poco tiempo de estancia en un templo que permiten los viajes turísticos actuales.

De seguro que aquellos peregrinos también se llevaban algunos amuletos consagrados por los sacerdotes, que le servirían para sentirse protegidos contra el mal de ojo (una de las preocupaciones más importantes entre los antiguos egipcios) o para favorecer salud, fortuna y fertilidad. Y algunos hasta pedirían la interpretación de algún sueño preocupante, la elaboración de un filtro de amor o la ejecución de cierto ritual especial para que un fantasma dejara de molestar a la familia.

Pero los otros peregrinos, sin duda mucho me nos numerosos, pero con más amplitud de miras, eran los que buscaban la iluminación de los Misterios, que les llevarían a unos conocimientos y un sentido de la vida y la muerte para los que no todos estaban preparados.


A imagen de Osiris
Una iniciación, no importa el nivel o la dificultad, es un paso a una nueva etapa de la vida, un renacer espiritual basado en la adquisición de unos conocimientos superiores y/o haber superado una prueba extraordinaria que suponía una muerte ritual, con el consiguiente renacer. De manera genérica, todos los Misterios debían guardar cierta similitud de formas externas, aunque el enfoque hacia el resultado final fuese distinto en cada caso.

Todos los sacerdotes recibían su proceso iniciático en el propio templo, y también los laicos que lo solicitasen, aunque no se sabe si cualquiera podía ser admitido ni qué condiciones debían cumplir. Los sacerdotes, en los primeros años de su servicio, entraban en una vida totalmente nueva, inmersos continuamente en los asuntos religiosos, alejados de su antigua familia y amigos y llevando una vida bastante ascética, sin propiedades ni ambiciones. Los láicos podían continuar con su vida mundana, aunque de seguro el punto de vista y los propósitos serían completamente distintos tras haber pasado la prueba.

El Misterio más importante era el de Osiris, del que seguramente fueron copiados los Misterios órficos y eleusinos o otros menores que tanta importancia tuvieron en el mundo greco-romano. El papiro de Leiden cuenta acerca de la peregrinación a Abidos, Busiris y Karnak; una especie de triada que, e n sus sucesivas etapas, venía a ser una recreación del ciclo osiríaco.

El mito de la muerte de Osiris es en sí mismo era un ritual iniciático completo, una experiencia chamánica que serviría de ejemplo para las iniciaciones a él consagradas. Pasión, muerte, desmembramiento, recomposición, resurrección. Tal como ocurría al faraón muerto o al inciado. Los Textos de las Pirámides, relatando lo que al alma del difunto le va ocurriendo en su paso por el más allá, describen la forma en que distintas entidades divinas van uniendo los restos del rey hasta que llega hasta la presencia de Osiris.

En todos los casos, la recompensa final es una nueva vida en la que es totalmente consciente de su auténtica condición divina. Por otro lado, Osiris, en la barca de Ra, todas las noches lleva a cabo un nuevo proceso iniciático, en un viaje donde los seres del inframundo acechan y amenazan con volver todo al caos primordial. Osiris tiene aliados y enemigos en su viaje, del mismo modo que el difunto o el neófito cuando recorre los senderos del más allá.

Es posible que algunas de estas iniciaciones fueran experiencias de "fin de semana", ya que Osiris murió un viernes y resucitó al tercer día, como se le suponía a los faraones muertos que renacían a la nueva vida. La resurrección de Jesús fue otro Misterio iniciático similar al que ya llevaba miles de años representándose en Egipto.

Un paseo entre la locura y la eternidad
Las pocas referencias que nos han llegado proceden de sabios griegos que tuvieron la oportunidad de pasarlos en la época ptolemáica, como Apuleyo, que dejó escrito cómo había sufrido una muerte (voluntaria) para obtener después un renacimiento espiritual. No describió totalmente el ritual, ya que ese conocimiento estaba reservado exclusivamente a quienes se atrevían a llevarlo acabo, siguiendo los pasos correspondientes.

Posiblemente el secreto estaba relacionado con los peligros que podrían acarrear el llevarlos a cabo sin el orden correcto, ya que unas pruebas y unos conocimientos tan transformadores no pueden ser tolerados por una mente no preparada por medio de las acciones previas. La locura, pues, no sería el peor resultad; el candidato tendría que enfrentarse a sus peores enemigos, aquellos que habitan en los más lóbregos recovecos de su interior: monstruos primordiales que tratarían de asustarlo, distraerlo o alejarlo de la prueba, incluso acabar con él. La victoria sobre ellos es la victoria sobre uno mismo y sobre el mundo ilusorio.

Tras todo esto, la vida necesariamente no puede ser la misma. Por eso, un iniciado debía guardar silencio acerca de lo que había hecho. Incluso hay una imagen ilustrativa: el Horus niño con un dedo ante sus labios. La violación del voto de silencio acarreaba la pena de muerte, con la pérdida del corazón, lo que implicaba la imposibilidad de acceder al más allá.

Los estanques y lagos anexos a los templos, como el que aun puede veres en Karnak, cumplían una parte muy importante en los rituales, ya que en ellos se producían las imprescindibles purificaciones previas. Tras las abluciones, los novicios se afeitaban la cabeza y se depilaban todo el cuerpo, para evitar la presencia de piojos u otro tipo de insectos, un gran problema de aquellos tiempos. Después se ungían con aceites aromáticos y vestían la túnica de lino blanco e iniciaban la procesión hacia el templo.

Claro que, antes de llegar a todo esto, debían haberse abstenido de comer carne o alimentos impuros y de mantener relaciones sexuales durante cuatro días. Posiblemente también tendrían que haber pasado un determinado periodo de tiempo de estudio, o preparación previa, que les hiciese más comprensible el proceso final de lo que harían a continuación.

Los novicios estaban ya dispuestos, como en todo ritual iniciático, a un renacimiento espiritual, tras el cual ya no serán los mismos. El sumo sacerdote del templo les recibía e indicaba a cada uno las instrucciones que debían seguir rigurosamente en los días siguientes. Después, aislamiento, oscuridad, silencio, meditación, observación... Tal vez visiones y mensajes divinos que se unirían a las enseñanzas de los propios sacerdotes del templo. Y, lo más importante, la muerte ritual, que viene a ser un vaciarse de gritos y ecos para encontrar la voz que le traerá la revelación, la conciencia de su inmortalidad en cuanto a ser espiritual.

Todo el ritual será una sucesiva preparación para una nueva etapa de su vida. La conciencia de sí mismo como un ser espiritual alojado temporalmente en un cuerpo mortal, la historia de la humanidad bajo la perspectiva egipcia, el universo real subyacente tras la imagen del mundo material. Las clásicas preguntas de ¿quien soy, ¿de donde vengo?, ¿a donde voy? y algo más, cuyas respuestas causarían pavor a quien pretendiera pasar esta prueba sin la debida preparación.

Cada etapa del proceso conllevaba un aprendizaje, algo que le alejaba de su anterior personalidad, ya que ese conocimiento aporta un nuevo estado de responsabilidad, al que se corresponde otro estado de iluminación. Al final del proceso iniciático estaba la identificación con el propio Osiris, aquel que proclamó: "Soy la eternidad, he salido del Num y mi alma es Dios".

La gran enseñanza de todo el ritual iniciático sería la comprensión y aceptación de que era un ser inmortal. Por supuesto, sus actos en esta vida eran trascendentales para lo que le ocurriría después, pero, en cualquier caso, sabía que tendría nuevas oportunidades. La muerte no era el final de nada, sino un etapa más en la existencia, escapando de paso, al menos temporalmente, de las limitaciones de la Tierra y la realidad física.

Así tenemos que en esta prueba el neófito de alguna manera debe morir, pues sólo la muerte, incluso si es simbólica, permite el renacer a una nueva vida. Incluso la muerte real no es sino otro ritual de iniciación en el que el difunto conocerá por fin todo aquello que debía haber aprendido de El Libro de los Muertos, pasando por las distintas estancias y superar todas las pruebas que le llevarán finalmente ante Osiris, frente el cual tendrá que pasar la definitiva: el peso de su corazón. Esa es la evidencia máxima. No importa lo poderoso que había sido en vida, ahora estaba sólo ante los dioses, a los que no podrá engañar con ningún subterfugio. Una leve pluma de Maat hará de contrapeso en la otra balanza. El corazón de un hombre puro no ha de pesar más. Los demonios del Inframundo aguardaban a un lado; el gran Osiris, señor de la muerte y la resurrección, observaba al otro. Las tinieblas frente a la luz solar. No había posibilidad de dar media vuelta ni de rectificar lo ya hecho; el camino sólo era hacia adelante.

Cabe la posibilidad de que al final, el espíritu libre del novicio tuviera que traspasar la puerta falsa que solía haber en los templos; aquella que permitía a los dioses o al espíritu del faraón acceder al templo. No era una puerta para los cuerpos físicos, sino para los dioses o quienes se les podían igualar tras haber alcanzado el debido nivel de pureza y sutilidad.

Tras finalizar favorablemente todo el proceso, a esa persona ya se le podía considerar un iniciado, un iluminado. Ese día, al amanecer, vestía una nueva túnica y con una antorcha anunciaba el final de su proceso iniciático. En algunos casos saldría con un nombre nuevo, ya que era una nueva persona, puede ser que es le diese tal nombre para que lo usase únicamente con sus nuevos hermanos, aquellos con los que compartía el secreto.

Otro Misterio importante era el de Isis, que debía ser complementario al de Osiris. Ella fue la primera en utilizar la magia sobre la Tierra, al reunir los trozos y recomponiendo el cuerpo de su marido, asesinado y desmembrado por Seth; una vez momificado por Anubis, ella, trasformada en halcón, le devolvió suficiente vida como para provocarle una erección y poder concebir a Horus, tal como muestran tantas imágenes en las paredes de los templos. Otro de los grandes logros de Isis fue obligar a Ra a decir sus doce nombres secretos, para poder curarle del veneno de una serpiente que ella misma creó, consiguiendo así el poder de este dios, que pudo traspasar a su vez a su hijo Horus.

Seguramente, los sacerdotes magos tenían en exclusiva para ellos algún Misterio relacionado con su dios Thot, donde, entre otras cosas, aprenderían los nombres secretos de los dioses o de los elementos naturales para obtener su fuerza y cualidades o tener su control, o en el poder de trasformación y transmutación.

El jubileo real
Un faraón, cada treinta años de reinado, debía pasar por la fiesta de Hed-Sed, una especie de jubileo según el cual el monarca debía realizar un simulacro de muerte en su propio sarcófago, posiblemente en un estado catatónico inducido por los sacerdotes, donde adoptaba una forma fetal dentro de una piel de animal que después debía romper, tal como hacen las serpientes cuando mudan la camisa. En el caso de que el rey estuviese tan sumamente mal como para no poder realizar él mismo el ritual, podía ponerse en su lugar a un teneku o sustituto. Seguramente, uno u otro tuviesen que realizar después alguna prueba física que mostrase la vitalidad ganada, por lo que en algunas representaciones puede verse al faraón corriendo tras finalizar el ritual. Y no habría que descartar que también llevase a cabo, al menos simbólicamente, algún acto relativo a la fecundidad y fertilidad de la tierra.

La prosperidad del reino, sólo era posible si el faraón, responsable entre otras cosas de las crecidas del Nilo, mantenía todo su vigor. Este concepto también lo encontramos en una leyenda tan alejada aparentemente del mundo egipcio como es la artúrica, con el rey pescador, cuya herida impide la fertilidad de la tierra, o el propio Arturo moribundo, para el que se inició la búsqueda del Grial reparador y rejuvenecedor, que en el mundo celta representaban con un caldero mágico.


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