El museo de saunas

Saunakylä, museo de saunas

Manuel Velasco

artículo publicado en la
Revista de Arqueología



En el centro de Finlandia, entre Jyväskylä y Muurame, se encuentra Saunakylä, un museo al aire libre donde pueden verse una veintena de viejas saunas traídas de diversas regiones del país. Prácticamente todas tienen más de un siglo de existencia y fueron recogidas de diversos lugares del país; las más antiguas han tenido que ser reconstruidas siguiendo la información recogida por la tradición o los viejos escritos.

De algunas de estas saunas hasta se conocen anécdotas, como la de Miettinen, que albergó un último parto durante la II Guerra Mundial; de este conflicto también es la sauna de guerra, de tosca estructura debido a su provisionalidad y posibilidad de transporte; la de Kaijanmäki, que estuvo en uso hasta una fecha tan reciente como 1985; la sauna de turba, que, a pesar de ser propia de gente pobre, es la que mejores condiciones de humedad tiene.

Tan interesante como poder penetrar en todo tipo de saunas de madera es la exposición que, a través de grandes paneles, da un repaso a la historia de la sauna finlandesa, lo cual es tan importante como ver por dentro y por fuera todas esas saunas históricas.

Originariamente, una sauna era poco más que un agujero (saun) en un montículo que daba a una cavidad donde había un montón de piedras. De ahí pasó a un edificio cuadrado de troncos al que más tarde se la añadió una chimenea.

Al ser el lugar más higiénico de la granja (el calor y el hollín que cubría las paredes libraba de gérmenes), servía para que las madres diesen a luz (y allí permanecían durante los primeros días), para que los heridos y enfermos se curasen e incluso para preparar a los moribundos para la muerte. La primera sauna de un bebé, a la décima semana de vida, era parte de un ritual preciso, para el que había mujeres especializadas, posiblemente las propias parteras. Y dentro del contexto agrícola, la sauna también era el lugar donde se secaban los granos de cereal o las fibras de lino, se ahumaba la carne y el pescado, se calentaba la malta para hacer cerveza o se lavaba la ropa. Sin duda, también se realizaban allí las purificaciones previas a los rituales de pasaje. Por eso se decía que la sauna era un ciclo completo que iba desde la cuna a la tumba. Durante la II Guerra Mundial, era incluso el lugar donde se despiojaban los soldados.

También era el lugar donde oficiaban las curanderas que usaban los kuppaus, unos pequeños cuernos calientes que, al aplicarlos sobre lugares del cuerpo donde previamente habían realizado unos cortes, succionaban un poco de sangre, al modo de los tratamientos con sanguijuelas que se practicaban en el sur de Europa. Al parecer, sacaban la sangre oscura, y por su tonalidad, más azulada o amarillenta, se sabía qué tipo de dolencia principal sufría el paciente. Aquel método servía para remediar los dolores, la presión arterial o las alergias. Aun se practica este método de curación, aunque ahora los cuernos se han sustituido por una especie de vasos con una pera de goma que hace la función de ventosa.

Aquellas mujeres también daban masajes que favorecían la circulación de la sangre, y posiblemente usaban ciertas hierbas y esencias que mezclaban con el agua que se echaba sobre las piedras calientes para producir ciertos efectos al aspirar el vapor.

Otro panel del museo muestra a unos curanderos especiales (tietäjä, alguien que sabe), a quienes se llamaba cuando ni una sauna ni una sangría aliviaban al enfermo. Estos tenían que encargarse de expulsar a los malos espíritus, eliminar el mal de ojo o resolver los trastornos mentales. También disponían de una serie de medicamentos naturales contra la fiebre, la tos o la epilepsia.

De alguna manera relacionada con aquella medicina que hoy llamamos folclórica, estaba la kotisirkka, una pequeña langosta de unos dos centímetros que era la alegría tanto en la casa como en la sauna (era el único insecto capaz de resistir tan altas temperaturas). Se dice que cuando se incendiaba una casa, la gente se lamentaba especialmente por la pérdida de su kotisirkka.

El cristianismo reguló la asistencia obligatoria a la sauna los sábados, día que igualmente había que lavar la ropa, para así poder asistir bien limpios a los oficios religiosos. En esto coinciden con otros países nórdicos, en los que la palabra que usan para sábado significa día del lavado. También se mantuvieron ciertas costumbres relacionadas con los ciclos de la naturaleza (Juhannussauna o Joulusauna, o sea las saunas de la noche de San Juan y Navidad, o, si se prefiere, de los solsticios de verano e invierno) o de los ritos de pasaje, como la morsiussauna o sauna de la novia antes de ir al altar, que tenía que compartir con amigas vírgenes (en el texto del panel dice que estas se lamentaban por ella, porque perdía su libertad).

Aun se cita entre los finlandeses un antiguo dicho: En la sauna, compórtate como en la iglesia, en el que la palabra iglesia se sustituiría en tiempos remotos por otra igual de determinante. La sauna misma era un espacio sagrado, un lugar de meditación, donde la persona podía desprenderse no sólo de los malestares del cuerpo. El calor, la penumbra, la desnudez (recordemos a los místicos cristianos que oraban desnudos) y la proximidad de la naturaleza eran muy propicios para tal fin. La pila de piedras venía a ser una especie de altar y el echar agua sobre ellas era un equivalente a un ofrecimiento a algún tipo de espíritu de la naturaleza o deidad. Löyly ahora significa vapor, pero antiguamente significaba espíritu.

En la sauna no se podía maldecir, cantar, gritar ni mantener un comportamiento inadecuado; en caso de hacerlo había que enfrentarse al castigo del saunatonttu, una especie de espíritu guardián, normalmente bondadoso, con forma de gnomo barbudo y con gorro de capirote. También estaba la haltia o hada que habitaba en la parte superior de la casa, aunque también podía elegir la sauna o el granero. A esta hada se le atribuía la aportación de una energía especial para que los habitantes de la granja fueran trabajadores y ordenados. Ambos eran tan respetados que en algunas casas incluso les dejaban comida, como un miembro más de la familia, e incluso tabaco y bebidas en ocasiones especiales. La última persona que salía de la sauna, echaba un poco más de leña y agua, para que se bañasen ellos.

Estos espíritus guardianes también podrían estar en consonancia con el carácter mixto de aquellas saunas, donde era menester la presencia de vigilantes espirituales para mantener el orden; en las granjas, dueños y criados, sin distinción de edad o sexo, tomaban la sauna juntos, y en las ciudades, las familias enteras acudían a las saunas públicas, que compartían con vecinos o con desconocidos de cualquier condición, todos despojados de las ropas y los adornos que marcan las diferencias entre las personas.

En el siglo XVIII, la sauna también supuso un elemento de identidad nacional frente a los colonos y gobernantes suecos, que trataron infructuosamente de quitarle popularidad, usando incluso libros de tipo el deber de todos los padres cristianos para intentar explicar la nocividad de la sauna finlandesa. Por otra parte, en la zona este, de influencia ortodoxa, se llegó a recrear la historia del nacimiento de Jesús situándolo en el interior de una sauna.

En plena efervescencia industrial, las fábricas disponían de una sauna para los trabajadores, que también les servía para lavar la ropa; lo mismo ocurría con los soldados en los cuarteles, cuyas saunas tenían la doble función de despiojamiento (cuerpo y ropa).

La sauna comenzó a ser conocida internacionalmente cuando los atletas finlandeses se construyeron una durante las Olimpiadas de Berlín (1936), cosa que volvería a repetirse en los Juegos de Invierno de Squaw Valley (1960). El gran atleta finlandés Paavo Nurmen tomaba sauna antes y después de competir, tanto para calentar músculos como para recuperarse más rápidamente del esfuerzo. Y ganó en total nueve medallas de oro en tres Olimpiadas.

Los años 60 del pasado siglo supusieron el declive de las saunas públicas, de las que llegó a haber 120 sólo en Helsinki, ya que se abrieron las primeras piscinas públicas, con sauna incorporada, y los nuevos edificios disponían de sauna comunal, con turnos asignados para cada piso, aunque también con días y horas para hombres o mujeres. Ahora, la mayoría de empresas, colegios, cuarteles o colectivos numerosos disponen de sus propias saunas.

Otros paneles están dedicados a baños similares en otros tiempos y lugares. Los indios norteamericanos y los esquimales tenían las llamadas tiendas de sudor, que utilizaban con fines ceremoniales, al igual que los mayas con sus tamascales. Estos baños portátiles eran similares a los usados por las tribus nómadas de las estepas rusas. Otros baños similares son los banya rusos, los furo japoneses, los hamman turcos, los laznva siberianos o las antiguas termas romanas. Resulta muy curiosa la foto rusa de un horno de pan, que, cuando era necesario, también hacía las veces de sauna.

A estos habría que añadir a los escitas, un pueblo pre-celta, que también usaban algo parecido a saunas, donde quemaban hierbas, posiblemente para producir efectos alucinatorios en determinados ritos. Seguramente esa era la finalidad de edificios tales como la llamada sauna de Ulaca, en la provincia de Ávila, tierra de los antiguos vettones. Los pueblos germánicos también conocían algo parecido a la sauna, usada por los curanderos.




El ritual de la sauna

Básicamente, una sauna es un baño de aire caliente en una pequeña habitación revestida completamente de madera (la palabra designa tanto el baño en sí como el lugar donde se toma), con una estufa cargada de piedras y unos asientos, normalmente escalonados. La acción consiste en sentarse (o tumbarse) y dejar que el intenso calor active la circulación sanguínea y consiga una mejor oxigenación celular, aunque lo que más se aprecia a simple vista es la fuerte sudoración, cuyo principal efecto es arrastrar consigo las toxinas acumuladas en las células del organismo. Seguramente por eso algunos sistemas de rehabilitación de toxicómanos incluyen la sauna como parte esencial de sus programas de desintoxicación.

En un momento determinado, alguno de los presentes sugerirá un
löyly (como veremos, todos los elementos de la sauna tienen una denominación específica; hasta hay diccionarios dedicados a esta terminología). Si los demás están de acuerdo, cogerá un cubo (kiulu) con un cazo (kauha) y echará un poco de agua sobre las piedras de la estufa (kiuas), lo que da lugar a una nube de vapor casi abrasador que provoca una fuerte sudoración.

Es el momento de usar un manojo de ramas de abedul (vihta o vasta) que, mojado en agua, sirve para golpearse el cuerpo, activando con ello la circulación de la sangre y haciendo más soportable el calor. Estos vihta se recogen en primavera; según las tradiciones, antes de la noche de San Juan (algunos afinan hasta el punto de hacerlo en noche de plenilunio), y los que no se usan, se dejan secar e incluso se congelan para emplearlos a lo largo del año. Los que se recogen más tarde sólo valen para uso inmediato, ya que se le caen las hojas.








artículo publicado en la Revista de Arqueología - 2004 © Manuel Velasco

ver también Finlandia en El Camino del Norte

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