Finlandia: Leningrad Cowboys

Leningrad Cowboys
Manuel Velasco
artículo publicado en la revista Scandinavica

Hace años tuve la oportunidad de ver la película Leningrad Cowboys go America, algo así como una road movie con iconografía de comic y banda sonora de rocanrol. La foto del póster ya era un tanto demencial: Seis hombres en calzoncillos y camisa blanca tomando el sol en una playa, mientras otro, en traje oscuro, permanecía en pie al lado de un Cadillac, y otro más, sobre un ataúd, con una guitarra eléctrica; y todos con uno enorme tupé que parecía esculpido en un túnel de aire.
        
El tema era más o menos este: Un grupo de músicos finlandeses, una especie de Blues Brothers aun más pasados de rosca, intentaban conquistar al público norteamericano interpretando canciones de los 60 y 70. Pero lo más importante no eran las canciones (versiones al fin y al cabo) sino la imagen del grupo, sin duda el más estrafalario que haya habido nunca: tupés puntiagudos y engominados de medio metro de largos, al estilo unicornio, con zapatos a juego y vistiendo una especie de uniformes militares. El nombre mismo de la banda ya era una parodia de la situación de Finlandia en la sociedad de su tiempo, un lugar obligado a mantener el equilibrio entre un oriente y un occidente separados por el Telón de Acero.
        
Descaro, desafío y ganas de montar el numerito. Rocanrol en estado puro. Ante la impactante imagen de aquel grupo, pocos se fijaron en el nombre del director (¿quien se acuerda, por ejemplo, de los directores de los Hermanos Marx?), un tal Aki Kaurismaki que años más tarde se convertiría en el cineasta finlandés más reconocido internacionalmente, llegando a ser su película Un hombre sin pasado (Mies vailla menneisyyttä) candidata al Oscar en el 2003 (y ganadora del premio Luis Buñuel).

Aki Kaurismaki. Este es un extraño cineasta dentro de esta extraña fauna europea de quienes aun hacen cine de autor, contraviniendo todas las leyes de la ciencia económica y el mercado de valores, y que debe causar tanta curiosidad como perplejidad entre los ejecutivos de Hollywood. Capaz de hacer películas en blanco y negro e incluso mudas (Juha, 1999) o de no asistir a la celebración de los Oscars, a pesar de estar su película nominada, en protesta por la guerra de Irak, o de organizar cientos de sesiones gratuitas para los más pobres de su país.
        
Habitualmente se mueve entre la melancolía y la amargura, con gente atormentada por su pasado o al borde del abismo por vete a saber qué insoportable tragedia y que no acaban de encontrar su lugar en el mundo que les ha tocado vivir, a pesar de estar inmersos en una hipotética sociedad del bienestar de la que no participan demasiado. Claro que, entre sus más típicas películas, con demasiados silencios y miradas inquietas, y que le darían tanto prestigio internacional, tuvo algunos momentos de respiro, en los que dejó que el humor y el desmadre llenase la pantalla. En total, Aki Kaurismaki realizó cinco cortos que pueden considerarse como películas suyas o como clips con canciones del grupo.
        
En 1989 llegaría el citado largometraje Leningrad Cowboys go America, que llamó la atención sobre aquel lejano y normalmente frío lugar del mundo, pasando de festival en festival y llegando a conseguir la deseada distribución internacional.
        
Ya la imagen inicial daba una idea de lo que podía esperarse. Un grupo musical interpretando una canción folclórica rusa en algún lugar de Siberia, con toda la pinta estrafalaria que habían mostrado en los cortos previos. Un empresario los observa con atención, pero aquello le parece algo patético. Aun así convence al manager de que los lleve a América, porque, según sus palabras, allí son capaces de tragar hasta con algo así. Todos, incluido un miembro del grupo muerto, congelado y aferrado a su guitarra, vuelan hasta la tierra prometida. Y allí hacen una ruta de costa a costa buscando su particular sueño americano, (aunque sin demasiadas pretensiones), controlados por un manager bastante buitre. Al final acabarán, tras ofrecer su repertorio por todo tipo de lugares y públicos de la América profunda, en México, más arruinados que nunca y tocando Tequila en la boda de un pueblo.
        
En definitiva, una película de culto que convirtió a los Leningrad Cowboys igualmente en un grupo de culto. Las actuaciones por medio mundo se sucederían, algunas de ellas en festivales de cine, como el de Sao Paulo, donde para entrar al concierto había que donar tres kilos de comida destinados a los muchos niños de la calle que tiene aquella ciudad.
         
Habría posteriormente una continuación de esta película: Leningrad Cowboys meets Moses, con menor fortuna: El grupo regresa a su Siberia natal, dirigidos aun por su manager, ahora autotransformado en Moisés, y perseguidos por agentes de la CIA. Parte de la película está filmada en Oiva, una especie de hotel decadente y algo cochambroso que el propio Kaurismaki tiene cerca de su pueblo natal.
        
El siguiente trabajo en conjunto sería la grabación del gran concierto Total Balalaika Show ofrecido en la plaza del Senado de Helsinki, el 12 de junio de 1993. La ocasión merecía la pena. El grupo actuaba nada menos que con la orquesta y coros del ejército ruso. Un proyecto ambicioso que a muchos políticos les hubiese gustado rubricar. Era como llevar a la práctica aquello que los burócratas sólo prometen entre apretones de manos y sonrisas más o menos forzadas ante las cámaras, con palabras tan rimbombantes como huecas de tan usadas.
        
Aquel concierto iba a suponer algo así como enterrar el hacha de guerra entre dos pueblos vecinos y enemigos. Hasta hay quienes afirman que este concierto supuso el auténtico punto final de la “guerra fría”; de hecho, al año siguiente lo repitieron en Berlín, justamente para despedir a las tropas aliadas. O sea, que estamos ante un hecho que resume lo que muchos analistas políticos tratan de explicar en sesudos estudios de cientos de páginas.
        
Describiré a continuación parte del espectáculo visto en un DVD: La grabación comienza con la firma del contrato en Moscú. Uniformes y medallas en las dos partes, todos en igualdad de condiciones, sin distinciones entre lo falso de unos y lo auténtico de otros.
        
Y comienza el concierto. Tras una introducción por parte de los rusos (unas 200 personas en el escenario), sale el grupo e interpretan todos juntos Lets work together, el blues rítmico de Canned Heat (las canciones que versionean los Leningrad Cowboys suelen pertenecer a aquella edad dorada de la música previa al drástico cambio generacional que supuso la llegada del punk y la new wave). Trabajemos juntos. ¡Qué mejor canción para entrar en materia! El mensaje volverá a repetirse con Happy together, una ramplona canción de los Turtles que, al ser cantada a medias por el cantante del grupo y otro del ejército ruso cambia radicalmente su contenido de amor adolescente por algo que podría expresarse más o menos así: Hemos sido enemigos, hemos sufrido mucho, nos hemos odiado mutuamente, pero ya es hora de que todo eso quede atrás. Es tiempo de que vivamos felices juntos.
        
Con el Kalinka dejan que se luzcan los rusos con esa exuberancia vocal tan propia de ellos y que en esta canción expresan mejor que con ninguna otra. Se suceden otras canciones de oriente y occidente hasta llegar al final con el Those were the days, canción emblemática de los Leningrad Cowboys desde que Aki Kaurismaki les dio a conocer al mundo con un cortometraje inspirado en tal tema. Pocas canciones como esta han mostrado la añoranza por los viejos tiempos, las amistades de antaño y los días en que la vida aun no nos había golpeado. Broche de oro para un memorable concierto. Afortunadas las 70 mil personas que estuvieron allí aquel 12 de junio en la plaza del Senado de Helsinki (yo llegué al día siguiente y nunca me arrepentiré lo suficiente).

Diez años después. Tuvo que pasar una década para que los Leningrad Cowboys (ya artistas reconocidos internacionalmente, consagrados por varias giras por medio mundo) regresaran al mismo escenario al aire libre, dentro de las fiestas de la ciudad, en un concierto gratuito ofrecido por el alcalde de Helsinki a todo aquel que quisiera acercarse y que (esta vez sí) tuve la suerte de poder presenciar.
        
A pesar de que también incluían un coro ruso, el nuevo concierto, llamado Global Balalaika Show, fue bien distinto. Los conflictos del pasado estaban cerrados por ese lado de las fronteras que los hombres ponen en los mapas, y ahora hay otros lugares y problemas de qué ocuparse; no por nada el último disco de los Leningrad Cowboys se llamaba Terzo Mondo. El rock clásico propio del grupo se mezclará esta vez con ritmos étnicos de diversa procedencia. Y su indumentaria también hace honor a estos cambios: los trajes grises de corte militar y las gafas negras se han vuelto multicolores.
        
A la invitación acudieron artistas de África (entre ellos, Angelique Kidjo) y del Caribe, teniendo así los coros rusos (con mujeres en esta ocasión) menos protagonismo que en el concierto previo. También estuvo la prestigiosa UMO Jazz Orchestra, una big band profesional con sede en Helsinki.
        
Ahora los Leningrad Cowboys tienen nuevos miembros (en total, trece); muchos de ellos bastante jóvenes, pero igual de profesionales. Como las actuaciones no son algo continuo, algunos tocan en otros grupos o componen bandas sonoras. Tanto instrumentos como voces suenan claros y potentes. Varios cantantes se suceden ante el micrófono, aunque habría que destacar a Tipe, el único con tupé rubio. Mauri, tras los teclados, parece el auténtico alma del concierto, dando indicaciones con sus gestos al director del coro ruso; a él se deben también todos los arreglos. También hay dos gogós siempre sonrientes, de cortos vestidos y con peinados que imitan las cúpulas en forma de cebolla de las iglesias ortodoxas, moviendo sus curvas a buen ritmo.
        
Se repitieron algunas canciones del gran concierto previo, como Stairway to the heaven, de Led Zeppelin, y Knockin on heavens door, de Bob Dylan. Estas dos, junto a otra de Led Zeppelin, Kashmir, marcarían esos momentos especiales para encender el mechero o el móvil (Nokia, por supuesto, que aquí Ericsson, la competencia sueca, tiene que hacer ofertas muy buenas para poder vender). Otros puntos álgidos fueron Eloise, de Barry Ryan, Rockin in the free world, de Neil Young, o la larga y festiva despedida con los Ghostbusters.
        
Pero, en medio, el rock ha dejado paso a otros ritmos. Los percusionistas africanos por un lado y Angelique Kidjo por otro aportaron un color y hasta un fuego muy especial. De Nueva Orleáns eran Wild Magnolias, que dieron una muestra de como se canta en un carnaval carioca. A lo que siguió un cubano con un nombre tal que así: Coto Antomarchi Padilla Juan de la Cruz (ni me imagino a un finlandés pronunciándolo). Pero lo más fuerte fue escuchar a los rusos desgañitándose con La Cucaracha, versión original (o sea, con lo de la marihuana) en un perfecto español. Podría decirse que, si el lema del anterior concierto era superemos el pasado y trabajemos juntos, el de este sería vamos a divertirnos antes de que acaben con todos nosotros.
        
En total, veinticinco canciones en una hora y media memorable. Uno de los cantantes del grupo se despidió con un nos vemos dentro de diez años, que casi sonaba a amenaza; espectáculos así deberían repetirse más a menudo. Será cuestión de ponerse ya a planificar el viaje. ¿Pero aguantarán sus tupés tanto?

artículo publicado en la revista Scandinavica (CC) Manuel Velasco



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