Helsinki
artículo publicado en la revista Rutas del Mundo
Manuel Velasco
En este 2000, el medio millón habitantes de Helsinki, a la que han dado el sobrenombre de la joya del Báltico, celebra al mismo tiempo su cuatrocientos cincuenta anniversario y su capitalidad cultural europea. Miles de nuevos acontecimientos a lo largo del año, que se sumarán a los tradicionales de esta ciudad, que siempre ha gozado de una extensa oferta cultural.
¡Cómo puede cambiar el aspecto de una ciudad de un viaje a otro! Mi anterior estancia en Helsinki había sido un día frío y gris de invierno, haciendo un alto de camino a Laponia. A las cuatro de la tarde era ya noche cerrada y un par de horas después, terminado el horario de tiendas, hasta podría decirse que estaba visitando una ciudad desierta. Por eso, al volver en verano, casi no la reconozco. Y es que aquí, como en todo el norte europeo, las estaciones transforman completamente tanto a la ciudad como a sus habitantes.
Comienzo el recorrido desde la plaza Erotajja, que viene a ser el centro popular de la ciudad, con su escultura de Los Tres Herreros sirviendo como principal punto de referencia en el mapa, ya que de aquí salen las líneas de autobuses que más usará el viajero. También es el comienzo de la zona comercial, que se extiende a lo largo de la calle Aleksi y el bulevar Esplanadi, donde están los grandes almacenes, como Stockmann o Kluuvi, y las grandes tiendas de diseño finlandés, como Arabia o Marimekko. Las fachadas, las estatuas, algunos escaparates me devuelven una imagen anterior que apenas logro hacer coincidir con lo que tengo ante mi. No sólo es la temperatura o la luz; también es la gente, que ha abandonado el lógico aspecto hosco, fruto de pasar semanas sin ver el más mínimo rayo de sol, y ocupan calles, bares y terrazas, llenando la noche y el día de vida y color. Tras ver como los parterres de la parte central del bulevar casi son un desafío del color tras los largos meses de gris ambiental, me detengo en la cafetería Kapelli, tanto porque es un precioso edificio acristalado y con historia (abierto en 1838), como porque sirven una magnífica cerveza que elaboran en su propia destilería. Por si fuera poco, en frente hay un escenario al aire libre, donde a lo largo de todo el verano celebran un festival de músicas del mundo. Ese día le toca a un espectáculo flamenco al que sigue un grupo folclórico de Estonia
Al llegar a la altura de la estatua de Havis Amanda, ahora con sus surtidores de agua funcionando, no tengo más remedio que sonreir ante el recuerdo de su historia. Se trata de un desnudo femenino que en sus días levantó las iras de los puritanos; pero no sólo eso: la estatua iba a ser sufragada por un boticario rico al que le apetecía verla a través de la cristalera de su cercana farmacia. Al final, este señor se negó a pagar lo prometido y el escultor se vengó en la única manera que le fue posible: dirigiendo el considerable trasero de la señora de bronce hacia la farmacia (actualmente un restaurante).
A continuación está el puerto, que es un auténtico hervidero de gente y mercancías de todo tipo. Todas las mañanas se llena de tipismo y color cuando se instala allí un mercado al aire libre con un aspecto inusitadamente rústico para una capital. Dando una vuelta por los tenderetes, es posible comprar un kilo de salmón fresco, un gorro de piel de zorro, un "litro" de cerezas casi recién llegadas del mismísimo Valle del Jerte o un manojo de ramas de abedul para usar en la sauna. Algunos pescadores llegan desde las islitas diseminadas al sur de la ciudad y venden en sus pequeñas barcas varios tipos de pescado ahumado. Recuerdo mi viaje invernal en este mercado, cuando a las diez de la mañana apenas había dos tenderetes abiertos bajo una capa de nieve y una luz como de madrugada. El barco cafetería exhibía un letrero luminoso recordando a la clientela que en su interior hacían unos casi insultantes veinte grados de temperatura.
El puerto está rodeado de edificios rectangulares de colores claros sobre los que asoman las blancas líneas neoclásicas de la catedral luterana, terminada en una verde cúpula de zinc envejecido, presidiendo la plaza del Senado. El exterior de esta catedral es el lugar más fotografiado por los turistas en Finlandia, mientras que en el interior puede apreciarse una mínima decoración de sencillez casi espartana que contrasta enormemente con el interior de la catedral ortodoxa de Uspenki, en la pequeña isla de Katajanokka, también cerca del puerto. Esta última destaca por su fachada de ladrillo rojo y sus cúpulas en forma de cebolla. Resulta muy interesante entrar a las horas de culto, cuando los feligreses celebran unos ritos que acompañan de hermosos y largos cánticos, en una estancia rebosante de iconos de todos los tamaños y modelos.
Y ya que estamos entre templos, hagamos un salto en el mapa para visitar otra curiosa iglesia; para verla hay que acercarse hasta el céntrico barrio de Töolö, donde se encuentra Tempeliaukio, el Templo de la Roca, excavado en un enorme bloque de granito que simplemente se encontraba allí, en medio de los demás edificios, y las autoridades decidieron darle una utilidad sin necesidad de destruirlo. No sé cual sería la idea básica de sus arquitectos, pero dentro de este templo se percibe el sentido más ancestral de los antiguos cultos religiosos, celebrados en el interior de una cueva, donde se crea un ambiente sugerente que integra más fácilmente al hombre con la divinidad. Aunque también sirve para más cosas: dos músicos están ensayando un concierto que tendrá lugar por la noche.
LA PRIMERA SAUNA
A todo esto, ya es media tarde. Después de haber pateado bien la ciudad, ¿qué se puede hacer mejor en Finlandia (o Suomi, que es como los finlandes llaman a su país) que tomar una buena sauna? El mejor lugar es la Sociedad de Sauna Finlandesa (Suomi Sauna Seura). Está a las afueras de la ciudad, en una pequeña isla del área metropolitana llamada Lauttasaari, pero, como tengo la ventaja de conocerla, apenas tardo veinte minutos en llegar, con el autobús 20. Esta sauna también supone un cambio considerable; no en el interior, donde todo sigue perfectamente igual, si no en la parte exterior, que da al mar. En la ocasión anterior, estaba absolutamente congelado hasta donde la vista se perdía. Y aquí, la costumbre es meterse en el mar al salir de la sauna. Para hacer posible la inmersión en las gélidas aguas, había un compresor que conseguía que el agua se moviese en un radio de unos dos metros y así se mantuviese líquida.
Los expertos dicen que "las eléctricas no son sauna", pero aquí no hay que preocuparse por eso, ya que hay dos de "leña" y dos de "humo" (ver recuadro), o sea, las saunas finlandesas tradicionales. Y la verdad es que la diferencia es grande.
En la penumbra del interior de la sauna, unos charlan amigablemente y otro parecen encerrados en meditación. Mientras tanto, los poros se van abriendo ante la alta temperatura, que el termómetro muestra como cercana a los 100ºC. El sudor comienza a salir tímidamente. Llegado un determinado momento, alguien cercano a la estufa comienza el "löyly": echa agua sobre las piedras recalentadas a unos 500ºC, provocando una nube de vapor casi abrasador. Entonces el sudor parece empeñado en abandonar el cuerpo rápida y abundantemente. Cuando uno cree que ya tiene suficiente, es justo el momento de salir a refrescarse. Y aquí, además de las clásicas duchas, está la posibilidad de darse una zambullida en pleno mar Báltico.
Recuerdo como los finlandeses presentes en mi viaje invernal, cuando se enteraron que era español, se extrañaron sobremanera al verme tan dispuesto de ir hacia el mar al salir de la sauna, pensando tal vez que sólo me atrevería a meter un pie, si acaso. Más se extrañaron al ver como me metía completamente e incluso me mostraba feliz al salir. Ese es un momento especial, justo cuando el cuerpo reacciona y parece descargarse de todo aquello que le molesta, y la mente se siente igual de ligera. No todos ellos se atrevían, a pesar de ser parte de sus costumbres, y muchos se limitaban a sentarse en un banco que hay en la parte posterior, al aire libre, donde la temperatura era de -2ºC. Recuerdo como allí la piel adquiría un tono escarlata y la humedad parecía querer escapar del cuerpo en forma de nubecillas de vapor.
En verano, prácticamente todos van al mar, donde la temperatura del agua suele rondar los 10ºC. No es mucho, pero, comparando con el invierno, se puede considerar como suficientemente cálida. Después de un par de sesiones de sauna, este lugar dispone de un reconfortante salón donde descansar contemplando la naturaleza tras los amplios ventanales. ¡Qué poco estrés habría en nuestras grandes ciudades si dispusiésemos de saunas como esta!
LAS ESES DE FINLANDIA
El siguiente recorrido es por la parte noroeste de la ciudad, comenzando por el monumento al compositor Sibelius. Este monumento es doble; por un lado está su retrato y por otro una especie de racimo de tubos de metal que a veces suenan con el viento. Para muchos finlandeses de provincias este es un punto obligado para hacers la foto recuerdo, ya que Sibelius está considerado como uno de los mayores genios que ha dado esta tierra. Sus composiciones son contemporáneas al espíritu independentista finlandés, del cual son un símbolo.
Tanto lo aprecian que ha pasado a formar parte de las cuatro eses con que los finlandeses se autodefinen: sauna, Suomi, Sibelius y sisu.
Ya sabemos qué es la sauna y donde está Suomi y quien fue Sibelius. Pero ¿qué es el sisu? Es una palabra de difícil traducción y que viene a representar la ostinada determinación del caracter finlandés frente a la adversidad. Esa tenacidad les ha permitido soportar todas las visicitudes que la vida y la historia ha puesto sobre ellos, causados principalmente por su estratégica situación geográfica entre la Europa oriental y la occidental. Su enorme capacidad de "sisu" la demostraron bien tras la última gran guerra, cuando todos los finlandeses unidos y encabezados por su presidente más carismático, Urho Kekkonen, consiguieron hacer todo tipo de equilibrios posibles en la cuerda floja de la política internacional sin la ayuda de nadie, cosa que les reportó la independencia que no tuvieron otros países vecinos.
Por añadidura, hicieron de su país uno de los más prósperos, con algunas empresas como Nokia, Finnair o Karhu figurando entre las principales del mundo de su especialidad. También en papel finlandés se imprimen las revistas y los periódicos de muchos países y sus astilleros tienen una lista de espera de cinco años. Además del citado "sisu", hay otro factor importante que ha ayudado a conseguir todo esto: recientemente Finlandia ha sido reconocida como el país que mejor sistema educativo del mundo.
No muy lejos del monumento a Sibelius, hay un lavadero de alfombras con mesas donde la gente extiende la suya para lavarla con agua del mar, frotándolas con detergente y cepillo. Y esta es una actividad nada sexista; pueden verse indistintamente hombres, mujeres o en pareja, cumpliendo con esa tradicional tarea veraniega.
Más tarde, me acerco a uno de los lugares más bonitos de Helsinki: Seurassari, que es una pequeña isla boscosa al noroeste, a la que se llega atravesando un blanco puente de madera de estilo ruso. Además de su atractivo natural reflejado en la variedad de árboles y aves, esta isla cuenta con uno de esos museos al aire libre tan queridos por los nórdicos, con casas y construcciones rústicas antiguas, con su mobiliario y utillaje originales, trasladado allí desde sus lugares de origen por todo el país. En esta isla se celebran oficialmente las fiestas de entrada del verano, en la noche de San Juan (Juhannus), cuando el país se ilumina no sólo con el sol de medianoche sino también con miles de fogatas al lado del mar o de un lago. El fuego y el agua hermanados en la noche del día más largo, según las antiguas tradiciones recicladas por la cristiandad.
De nuevo es un buen momento para otra sauna (ya que estamos en Finlandia, hay que aprovechar). En esta ocasión será Kotiharju, en la calle del mismo nombre, que tiene la única sauna tradicional en el casco urbano. Allí conozco a Matti, que habla un poco de español (conoce la Costa Brava y las islas Canarias) y me cuenta la historia de esa sauna. Tras permancer cerrada durante décadas, los dueños emprendieron el pasado año la tarea de reabrirla, para lo cual tuvieron que recomponerla según los planos y las viejas fotos y dibujos que tenían. Las taquillas del vestuario femenino son las originales de los años veinte. El ambiente que reina en su interior es de amiguetes de barrio que aprovechan unas horas tanto para tomar la sauna como para charlar de sus cosas o jugar al ajedrez en el salón-vestuario.
Después de sudar un buen rato, me encuentro a una señora mayor en la zona de duchas. No es que me haya equivocado de puerta. Ni ella. Esta señora, al igual que en todas las buenas saunas públicas, es la encargada de lavar a quien se lo solicita, y recibe el nombre de kyluesttajä. En mi anterior viaje no tuve la oportunidad de pasar por esta experiencia, así que ahora aprovecho. Me tumbo en una mesilla alargada y dejo que la buena mujer enjabone y friegue mi cuerpo, por ambos lados, una y otra vez, con esponjas de distinta dureza, hasta dejarme la piel suave y resplandeciente, como si fuera de seda; y, por supuesto, bien requetelímpia.
Cuando acabo, vuelvo a la sauna, donde mi amigo Matti me cuenta algunas anécdotas del país: Parece ser que los finlandeses sienten una especial afición por batir cualquier clase de record y hasta han inventado sus propios juegos para figurar en los libros correspondientes, como por ejemplo, las carreras para hombres cargando con sus propias esposas o el lanzamiento de una bota Manhattan, de fabricación nacional. También tienen otros relativamente más sedentarios, como permanecer sentados en lo alto de una estaca (record finlandés de siete días) o enterrado en la nieve sin apenas ropa (una hora). Y, por lo visto, las malas lenguas aseguran que los políticos tienen sus propios juegos gremiales, como "quien se queja de tener más responsabilidad que nadie" o "quien habla durante más tiempo en el Parlamento". Aunque estos últimos, por su naturaleza, nadie se molesta en inscribirlos en ningún libro de records.
Ya fuera de la sauna, y mientras Matti me invita a una cerveza Lappin, le pido que me cuente la historia de las "palabras con s". Y es que en el vocabulario finlandés hay muchas palabras que empiezan por esta letra y que son parte integrante de su forma de entender la vida. Yo sólo conozco las cuatro citadas anteriormente. Algunas de las restantes son estas: Sinien, es el color nacional. Sanomalehdet, periódicos, muchos finlandeses leen 3 o 4 diariamente. Salmiakki es la golosina más popular, al mismo tiempo dulce y salada. Suklaa es el chocolate, uno de los vicios nacionales. Silakkä, arenques, una vieja tradición del área Báltica; hay quien los come todos los días. Sinappi, mostaza, es el condimento favorito y lo echan a todo tipo de comidas. Saaret, islas, cientos de miles, sobre todo en Saaristo, el archipiélago de Turku, por donde les encanta navegar y pasar los fines de semana. Sää, el tiempo, tan imprevisible aquí; conocer los pronósticos se ha vuelto una afición obsesiva. Sieniä, champiñón, ir al bosque a cogerlos es una de las tradiciones favoritas. Surffaus, cybernautas, es la última adquisición de palabras con S.
NOCHE DE TANGO
Al anochecer vuelvo a la Plaza del Senado, que está completamente llena de gente a causa de un festival de tango, el baile nacional finlandés. Claro que no es exactamente el tango argentino; carece de su dramatismo y desgarro y las parejas de bailarines evolucionan ordenadamente por una pista circular. La televisión está retransmitiendo el espectáculo a todo el país, y los mejores cantantes del genero van sucediéndose en el escenario, hasta llegar al colofón con la gran estrella, Reijo Taipale, un señor maduro de acariciadora voz que levanta definitivamente los entusiasmos del público femenino. Esta última actuación conincide con el sol emitiendo sus tardíos reflejos del adiós: las blanquísimas formas de la catedral se tiñen de un rosa que casi las vuelve irreales. Imagino que para algunas parejas es el fondo ideal para unos sentimientos muy especiales.
Esta afición por el tango no es un revival, ya que en Finlandia han perdurado los bailes clásicos. Aunque el tango sea el rey indiscutible, también les encanta el vals, la rumba, el fox-trot o la polka. En algunos locales de baile, un día a la semana es "naistenhaku", lo que quiere decir que son las mujeres quienes elegirán a su pareja (que no podrá negarse a salir a la pista), mientras que los señores deben esperar (allí llaman a esto "hacer de florero") a ver si hay suerte.
Los días restantes serán de escapadas por los alrededores de Helsinki. La ciudad antigua de Porvoo, con su barrio de rojas casas de madera. Hvitträsk, antiguo estudio de tres prestigiosos arquitectos de principios de siglo. La fortaleza de Suomenlinna, que durante siglos protegió militarmente la entrada al puerto de Helsinki. El museo de la fábrica Arabia, dedicado a la cerámica, cristalería y toda clase de objetos de uso doméstico (eso sí, de diseño exclusivo) entre los que destaca con luz propia el famoso florero Savoy, de Alvar Aalto, diseñador-arquitecto por el que los finlandeses sienten auténtica veneración. El centro de ciencia Heureka, en la cercana Vantaa, que fue el museo pionero en Europa a la hora de enseñar la ciencia o la historia de forma amena y divertida, ya que todo lo que se muestra se puede tocar, mover, manipular, comprobar (ya me hubiera gustado aprender las leyes de la física en un lugar así). Y, como el tiempo es muy caluroso, tanto como en el sur de Europa, me acerco un día hasta el parque acuático Serena, donde se puede gozar del agua en todas las formas posibles.
Y pasear de nuevo por las calles de Helsinki, observar la curiosa arquitectura antigua y moderna, degustar los platos típicos, asistir a conciertos, charlar con la gente y tomar alguna sauna más. Los días veraniegos son largos, como si al sol le entrase pereza por retirarse tras el horizonte, y en Helsinki dan mucho de sí.
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