Las islas Åland
ISLAS ÅLAND
- FINLANDIA
Manuel Velasco
Artículo publicado en la revista Aire Libre
Llegando desde Helsinki se recibe pronto la impresión de haber cambiado de país, y no sólo porque la bandera que ondea por doquier sea distinta; al contrario que en la capital finlandesa, donde los nombres de todas las calles, la información y los documentos oficiales están escritos en sueco y en finlandés, aquí es el primero el único idioma oficial.
Y son sus vecinos suecos quienes constituyen, con mucho, el mayor número de visitantes, contando con varias compañías navieras que, a un precio de alrededor de tres mil pesetas ida y vuelta, hacen diariamente sus recorridos desde varios puertos de Suecia (Grisslehamn, Kapellskär y Estocolmo). Es sobre todo en la época estival, con los días que se alargan de una forma increíble y un tiempo agradable, cuando llegan para hacer excursiones. Muchos de ellos las hacen de un solo día, alquilando bicicletas al llegar y recorriendo todo el camino que pueden hasta el barco de regreso a última hora de la tarde, encontrando aquí un paraje pleno de tranquilidad donde además hablan su misma lengua.
Otro aliciente, que todo hay que decirlo, es la compra y las consumiciones libres de impuestos en los barcos.
Independientemente de donde se llegue y qué idioma se hable, el archipiélago es un paraíso para el excursionista. Las principales islas están unidas por carreteras sobre puentes y, cuando esto no es posible, por ferrys que transportan gratuitamente a los pasajeros y sus bicicletas. Y son precisamente los ciclistas quienes cuentan con las mayores atenciones: hay lugares de alquiler al lado de los puertos, las distancias no son excesivas y el terreno es bastante llano; además, las principales carreteras tienen un carril especial y disponen de señalizaciones específicas para los ciclistas.
Hay numerosos campings distribuidos por todas las comarcas y están bien sañalizados, aunque quienes quieran acampar por libre pueden hacerlo en cualquier lugar, sólo teniendo en cuenta que si es una propiedad privada, según las tradicionales costumbres suecas, deben pedir antes permiso al dueño del terreno.
Mariehamn es la capital y también la única ciudad del archipiélago (lo demás, prácticamente son casas y granjas diseminadas por las islas). Su sobrenombre tradicional es "la ciudad de los mil tilos". Salvo algunos edificios de cemento de dos o tres pisos y una calle peatonal/comercial, está compuesta por bonitas casas individuales de madera, todas distintas entre sí, pintadas en suaves tonalidades crema o azul, con las ventanas adornadas por flores y objetos de artesanía que dan la impresión de estar ahí más para adornar la calle que el interior.
Después de pasear tranquilamente por las calles de Mariehamn y haber visitado el Pommer (un viejo velero símbolo de la ciudad y orgullo de los alandeses), el Museo Marítimo (donde, como anécdota, entre un sinnúmero de recuerdos marineros podemos encontrar algunas viejas monedas españolas) y el Museo de Åland (donde aprender un poco de la historia del archipiélago) la bicicleta, o un autobús de línea, nos acercan a los emplazamientos (ya que no pueblos en el más estricto sentido físico de la palabra), ya sea directamente, como a los cercanos Sund, Eckerö o Lemland, o bien a través de algún ferry que nos llevará a otras islas más alejadas, como Vardö, Kumlingen o Sottunga.
Y en cualquier dirección que el viajero tome encontrará carreteras o senderos que atraviesan bosques repletos de fresnos, pinos y olmos, que, a partir de la época del deshielo primaveral, visten la tierra de un verde exhultante, solamente roto por las salpicaduras de color rojo oscuro que, en este contexto, constituyen las casas de los granjeros y pescadores. También hay otro tono rojizo, aunque mucho menos llamativo, en las moles de granito que casi siempre constituyen la frontera entre la tierra y el agua. Algunos árboles y plantas no son nada típicos de estas latitudes, pero aquí son posibles gracias a un clima más suave y a un terreno muy rico en calcio.
Incluso en plena temporada turística es fácil encontrar solitarios y apacibles lugares, sin más aditamento humano que el aportado por el propio viajero, donde es posible escuchar los sonidos y los silencios del bosque o contemplar al atardecer el majestuoso avance de los cisnes en las aguas de alguno de los numerosos lagos e incluso en pleno mar.
Desde los extremos orientales, pueden verse la sucesión de miles de islas que se extienden hasta las costas finlandesas; desde el puerto más occidental, Storby, en los días claros puede divisarse el perfil de Suecia. Y entre estos extremos, pueden citarse algunos lugares de interés que merecen una visita sin prisas:
- El museo al aire libre de Jan Karlsgarden, con antiguas edificaciones de madera (granjas, cabañas, embarcaderos, etc.) traídas aquí desde sus lugares de origen; prácticamente todas están pintadas del típico color rojo tan característico en el mundo rural nórdico, siendo esta pintura un subproducto de las minas de cobre que protege a la madera del paso del tiempo y de las inclemencias de la dura meteorología. Aquí es donde se celebran las más tradicionales fiestas de las islas como el Día de los Artesanos, la Noche de San Juan o las Ferias de Otoño y Navidad.
- Kastelholm, castillo cercano al museo al aire libre que, tras un incendio en el siglo XVIII, fue abandonado, llevándose actualmente unas primorosas obras de reconstrucción que en total durarán aproximadamente un siglo.
- El museo postal de Eckerö, que nos habla de la importancia que estas islas tuvieron en los tiempos de los barcos de vapor como punto vital para las comunicaciones entre Estocolmo, capital del reino, y la entonces provincia de Finlandia.
- Y diseminadas por aquí y allá, reminiscencias de ruinas vikingas, pequeñas iglesias de piedra cargadas de años, molinos de viento de madera y un sinnúmero de los típicos postes que se levantan en toda Suecia durante las fiestas de entrada del verano.
Entre los productos naturales, la tierra, cuya agricultura no es demasiado variada por el clima, da unos excelentes tomates, de sabor parecido a los nuestros canarios, y unas manzanas pequeñas que, aparte de consumirse, adornan los jardines de las casas e incluso los laterales de las carreteras. Hay buenos productos lácteos y un pan moreno y redondo, a veces con agujero en medio, que, según cuentan, se elabora según una receta del siglo XVIII. Y, por el lado marino, los arenques, famosos en la zona báltica, que, desde tiempos inmemoriales eran envasados para su transporte en los tradicionales toneles de madera construidos por los artesanos locales.
La corta temporada estival, con unas noches apenas existentes, supone el empuje de la vida, mientras que el temprano otoño viste al paisaje con sus mejores colores; ya llegará el invierno, que hará la vida un poco más difícil, y la nieve que, arropando a los desnudos árboles, traducirá el paisaje a un sistema binario de colores blanco/negro. Pero el latido interno aguardará paciente para manifestarse en un nuevo ciclo primaveral con toda su plenitud.
Una vez finalizado el viaje, la imagen que permanece de Åland es la de un lugar donde la civilización no está reñida con el respeto a la naturaleza, donde es posible disfrutar de la paz de un atardecer sin tener que alejarse mucho de casa, donde los asentamientos humanos no son un conjunto de bloques uniformes y deshumanizadores. Y el ambiente natural que respira esta tierra toda refleja una calma profunda ante la que es difícil sustraerse o sentirse extraño, que actúa como disolvente de los problemas que arrastra el viajero y que le reconcilia con la vida y con el universo.
UN POCO DE HISTORIA
Cuando a comienzos del pasado siglo los rusos conquistaron Finlandia, hasta entonces en poder sueco (la otra potencia militar de la zona), no les gustó la idea de tener al enemigo tan cerca y anexionaron las islas al "Gran Ducado Finlandés" del zar Alejandro II. Tras la Revolución rusa, cuando Finlandia consiguió su independencia, los alandeses decidieron retornar a la protección de la antigua madre patria, pero los finlandeses, tal vez temiendo por su recién estrenada soberanía, tampoco quisieron tener a sus antiguos colonizadores a las puertas de casa. Surgió el conflicto (la "cuestión alandesa" se llamó) y en 1921 la Liga de las Naciones decidió que Finlandia mantuviera la soberanía sobre las islas, pero que fueran respetadas lengua, cultura y costumbres de sus habitantes. Actualmente cuentan con su propio Parlamento y sus propias leyes en algunas materias, como sanidad o educación, están reconocidas internacionalmente como zona desmilitarizada y desnuclearizada y sus ciudadanos están exentos del servicio militar. Tienen su propia bandera (la típica cruz de los países escandinavos en colores rojo y amarillo sobre fondo azul) y editan sus propios sellos de correos.
EL POMMERN, UN VELERO AL AIRE LIBRE
Como tradicional tierra de marinos y pescadores, el pasado gloriosos de las islas gira en torno al mundo naval. Y como mejor ejemplo, el Pommern, legendario velero que perteneció al armador arlandés Gustav Erikson, todo un personaje poseedor de la mayor flota de su tiempo, que cuenta entre su historial naviero el haber batido el récord, allá por los años treinta, en el trayecto Copenhague-Australia transportando grano en setenta y cinco días. Actualmente, la nave pertenece a la ciudad y es su principal símbolo; luciendo orgullosamente sus noventa y cuatro metros y sus cuatro mástiles en el puerto oeste, constituye un museo único en el mundo por su perfecto estado de conservación.
Artículo publicado en la revista Aire Libre / Agosto 1994
© Manuel Velasco
Comentarios
Publicar un comentario