Copenhague

COPENHAGUE

Una travesía entre Carlsberg y la Sirenita

Manuel Velasco / Historia y Vida


Copenhague es una ciudad de tamaño humano. Sus distancias nunca excesivas y la falta de contaminación la hacen fácil de recorrer por el viajero que disfruta caminando por las calles observando la vida, la gente y la historia. Bajo este punto de vista, vamos a hacer un recorrido por el pasado y el presente de Copenhague caminando casi en línea recta entre dos de los mayores símbolos de la ciudad: Carlsberg y la Sirenita.

Comenzamos por la Nueva Cervecería Carlsberg. Como veremos, esta fundación es mucho más que una factoría cervecera. A mediados del pasado siglo, J.C. Jacobsen abrió la cervecería a las afueras de Copenhague y le puso el nombre de su hijo Carl, que sería quien continuase y ampliase el proyecto original. No vamos a hablar aquí de la cerveza, pero sí vamos a resaltar algunos aspectos históricos.

Primero visitamos la destilería original con su calderas de cobre resplandeciente. En los viejos tiempos, a los trabajadores se les facilitaba un lugar destinado a vivienda, pero tenían unas normas muy estrictas, sobre todo en lo referente a salir de noche; quien las incumplía debía pagar una multa a un orfanato cercano. La Mansión de Honores es un bonita villa con jardín donde la actual Fundación Carlsberg invita a vivir a alguien que haya sido elegido por su contribución especial en arte, literatura o ciencia a la sociedad danesa. El elegido puede vivir allí de por vida (y puede beber toda la cerveza que quiera). Hasta ahora se han alojado aquí un filósofo, un físico nuclear, un arqueólogo, un astrónomo y un profesor de chino. Varias salas de otro edificio contienen una colección de 11.600 botellas procedentes de la donación de un coleccionista particular; este coleccionista vive aun y sigue llevando las botellas que encuentra por sus viajes por el mundo. En otras salas bellamente decoradas están algunas obras de la colección original de arte de Carl Jacobsen, así como los retratos de los trabajadores que han permanecido en la empresa por más de cincuenta años. Y no nos podemos ir sin resaltar el aspecto ecológico de la factoría. Aquí no usan lats, sólo botellas, de las que se recuperan el 99,4% para ser reusadas 33 veces; después de este período, reciclan el cristal para hacer nuevas botellas. También han reducido de 3 a 1,4 los litros de agua necesarios para producir cada botella de cerveza.

Dejamos la cervecería por la impresionante Puerta de los Elefantes. Los bustos de Carl y su esposa Ottilia parecen asomados a un mirador con arcos, como contemplando para siempre su obra. Y más arriba aun, el dios nórdico Thor, protector de los mortales, arremete contra imaginarios gigantes desde una cuádriga tirada por cabras rampantes. En las ruedas luce una esvástica que, teniendo en cuenta el año en que se hizo la escultura, no puede tener ninguna connotación nazi; simplemente era un símbolo ya utilizado por antiguas culturas.

Continuamos nuestra travesía de Copenhague por Vesterbrogade, calle por la que llegamos al Museo de la Ciudad. A la entrada vemos una maqueta de Copenhague tal como era en 1530. Había sido fundada unos cuatro siglos antes, siendo sólo un pequeño puerto de pescadores, por el obispo-guerrero Absalón. Los piratas que periódicamente atacaban este lugar vieron como las cabezas de sus compañeros capturados colgaban de las murallas del castillo. En la maqueta lo vemos con la forma redondeada que debió tener el original, que contrasta en tamaño y colores con las casitas que se distribuyen por el resto de la ciudad entre canales y trozos de bosque. Este castillo ha sido reedificado varias veces a lo largo de los siglos y actualmente es la sede del Parlamento danés.

A modo de pequeño resumen, podemos decir que la ciudad fue creciendo hasta el siglo XVIII, que fue especialmente nefasto por la peste que se llevó un tercio de la población y por tres grandes incendios; la mala fortuna se extendió hasta comienzos del siglo siguiente, cuando fue bombardeada por los ingleses. Pero de estos escombros surgió la "Edad de Oro", representada por Kierkeggaard, Hans Christian Andersen y el escultor Thorvaldsen. En 1940 fue invadida por los nazis. El rey Christian X salía todos los días a caballo sin guardia y se mezclaba con los suyos en señal de solidaridad.

Por cualquier calle que pasemos, podemos comprobar que Copenhague es un lugar ideal para los que disfrutan de la bicicleta. Pueden verse sobre ella tanto niños que van a la escuela como ejecutivos trajeados que van a su oficina. Muchas calles tienen un carril especial para ciclistas y a veces hasta semáforos específicos para ellos. En 1995 se inició un proyecto de la ciudad, con ayuda de algunas marcas comerciales, para facilitar bicicletas gratuitas a los turistas; se encuentran en ciertos lugares y sólo hay que introducir una moneda recuperable, como en los carritos de los supermercados. Quienes lo deseen pueden alquilar una y hacer escapadas por los alrededores; el terreno es bastante llano y los pueblos, muy cercanos entre sí, están separados (o unidos) por verdes bosques y carreteras con carril especial. Si llueve, no hay problema; el próximo autobús que pase parará y el conductor se bajará para subirla al techo. Los trenes también disponen de un espacio para llevarlas y existen publicaciones oficiales especializadas en circuitos y viajes organizados.

Pero de momento, seguimos andando por Vesterbrogade y después de pasar junto a la Estación Central de Ferrocarril, llegamos al Tívoli, que sin duda es el lugar que causa más orgullo a los habitantes de esta ciudad. Curiosamente, leído al revés es "i lov it" (más o menos, yo lo quiero). Fue construido en 1843, por Christian VIII, uno de los últimos monarcas absolutos de Europa, donde antes estaban las murallas de la ciudad,. Dicen algunos que fue para distraer la atención de los ciudadanos sobre los problemas que atravesaba Dinamarca. Historias como esa se pueden encontrar en cualquier país; pero ya no importa el motivo: los problemas pasaron y el Tívoli permanece ahí para disfrute de todo el que quiera acercarse.

Además de las numerosas atracciones de feria, cuenta con bastantes restaurantes de todo tipo, numerosos espectáculos, conciertos, desfiles, estanques y hasta un museo de hologramas. A ciertas horas desfila la Guardia Infantil, compuesta por unos jóvenes que reciben educación musical como intercambio por su trabajo; según la tradición, muchos de ellos irán a parar a las distintas orquestas sinfónicas del país o a la banda de la Guardia Real. Después de dar algunas vueltas por el recinto observando los lugares donde más se concentra la gente, puede verse el gran amor de los daneses por asuntos tales como el circo, el jazz, las bandas de música, la cerveza y los helados. Aquí se enorgullecen de no ofrecer música enlatada ni luces de neón; tal vez por eso conviene ir al anochecer cuando el recinto adquiere su carácter más mágico al encenderse las luces artificiales (110.000 bombillas, con una persona encargada únicamente de su reposición) que se mezclan con el crepúsculo y parecen intentar reproducir el encanto de las costelaciones.

A la salida del Tívoli y bajando por el bulevar de Hans Christian Andersen volvemos a encontrar la huella de Carl Jacobsen. Se trata de la Ny Carlsberg Glyptotek, que se formó cuando la colección particular del cervecero fue lo suficientemente grande como para necesitar un espacio más amplio y adecuado para su obras. Tras pasar por el jardín cubierto de la entrada, con estatuas y plantas exóticas, nos adentramos por las distintas salas que cuentan con unas interesantes muestras de esculturas griegas, romanas y egipcias, además de tener la mejor colección de arte etrusco fuera de Italia. El segundo piso está destinado a cuadros impresionistas franceses y daneses de la llamada "edad de oro". Carl donó esta colección al pueblo danés en 1888.

Volvemos sobre nuestros pasos hacia la plaza del Ayuntamiento, en cuyo edificio destaca la estatua del obispo Absalón, en cobre y oro. En las cercanías se encuentra la estatua de "los tocadores de lur", y acerca de ellos el clásico chiste danés de que si algún día pasara por allí alguna virgen la música saldría de sus antiguos instrumentos de viento sin ninguna dificultad.

Continuamos unos pasos para entrar en Stroget. Más que una calle es el resultado de unir las cuatro distintas que van desde la plaza del Ayuntamiento (Radhuspladsen) hasta la Nueva Plaza Real (Kogens Nytorv). Es zona peatonal desde 1961 y constituye la arteria más viva de la ciudad. Aquí está, a lo largo de un kilómetro, todo el ambiente "de tiendas" que tiene cualquier capital: grandes almacenes, tiendas exclusivas, tenderetes de artesanía, cafeterías, músicos callejeros y mucha gente paseando. Quienes sean compradores caprichosos y dispongan de dinero suficiente les va a resultar muy difícil resistir la tentación; aquí van a encontrar todas las justificaciones del mundo para llevarse joyas de ámbar o plata, finos trabajos de porcelana o cristalería o los más modernos diseños en objetos de uso cotidiano. Cuando finaliza el horario de tiendas parece que se acaba la vida de la ciudad; en Stroget un poco menos, los bares y cafés siguen abiertos y aun es posible participar en el espectáculo callejero de ventrílocuos, vendedores de abalorios, músicos de diversas étnias, dibujantes.

Dejamos momentáneamente Stroget para adentrarnos, a mano izquierda, por la Kobmagergade, que nos servirá para visitar dos lugares interesantes: la Torre Redonda y el Erótica Museum.

La Torre Redonda (Runde Tarn) fue construida por Christian IV en 1642 para que sirviese como observatorio a los estudiantes de la cercana universidad. Aunque parece ser que lo hizo después de haber destruido el que tenía el astrónomo Tycho Brahe, para demostrar que lo había hecho por motivos personales contra el científico y no contra la ciencia. Por dentro, subimos por una ancha rampa en espiral que lleva cómodamente hasta los 35 metros de altura de la torre. Esta misma rampa la subió el zar Pedro el Grande a caballo, seguido por su esposa en carroza. En el mirador circular hay un tramo en el que destacan sobre los tejados de la ciudad las torres y agujas de cobre que el tiempo ha teñido de verde, como la iglesia de Nuestro Salvador, con una curiosa escalera exterior en espiral; la iglesia de San Nicolás, reconstruida tras sufrir un importante incendio, que ahora es utilizada para exposiciones y actos sociales; las cuatro colas de dragón entrelazadas que forman la aguja de la antigua Bolsa, diseñada por el mismo Christian IV cuando los barcos mercantes llegaban hasta allí por uno de los canales; y Christianborg, que es el sexto castillo construido en este lugar desde que el obispo Absalón mandara edificar el primero de ellos.

El Erotica Museum se anuncia como una muestra de la vida amorosa del Homo Sapiens. Vamos a detenermos más en él porque no es fácil encontrar un museo de estas características en otra ciudad del mundo. La visita empieza con la reproducción de una escena de Fanny Hill, libro que ocasionó duros debates y que motivó que en 1963 fuese abolida la ley contra la pornografía en Dinamarca. Tras una colección de amuletos fálicos orientales y unas curiosas miniaturas donde el autor ha interpretado muy libremente algunas frases célebres, como "mi casa está donde esta mi sombrero" o "haz el amor y no la guerra", encontramos fotos con desnudos de finales del pasado siglo y principios de este, algunas muy artísticas con influencias pictóricas.

Colgada de una pared también vemos la foto del último burdel de Copenhague, fechada en 1906, que muestra cinco señoras orondas y completamente tapadas por amplios vestidos. Si normalmente una imagen vale más que mil palabras, no es este el caso; nada en la foto hace sospechar de qué se trata. Hoy en día, las cosas están más claras. Basta con consultar la publicación oficial y gratuita "Copenhaguen this week", con una sección de 6 páginas de anuncios a todo color que ofrecen sus servicios bajo el nombre de "scort", o acercarse a las calles alrededor de Istedgade, al oeste de la estación central, con sus sex-centers que, ya desde los escaparates, ofrecen todo tipo de objetos, así como publicaciones o videos que muestran todas las variantes posibles de sexo con personas, animales o cosas.

Continuando con el museo, en el segundo piso hay una pequeña sala donde se proyecta en vídeo viejas películas en blanco y negro hechas con más entusiasmo que medios; tal vez por eso resultan más interesantes de ver que la pared de otra sala con 12 vídeos distintos que muestran simultaneamente escenas de películas pornográficas actuales, con primerísimos planos y posturas exageradas. Entre el primer y el segundo piso hay un abismo de años y de forma de entender la vida. Entre la ingenuidad de los viejos grabados y la hiperrealidad de los videos actuales media algo más que la técnica y los inventos; los principales factores que hay en uno y faltan en otro son el humor, la imaginación, la sutileza -rasgos humanos al fin y al cabo- que dejan reducida a la moderna pornografía a poco más que ejercicios gimnásticos.

En fin, Copenhague también es esto. Dejamos la carne real o imaginaria y volvemos a Stroget para hacer el último tramo de la calle hasta Kogens Nytorv. Esta es la plaza más grande de la ciudad; sobre ella desembocan doce calles y una de ellas es nuestro siguiente destino: Nyhavn, el Puerto Nuevo. Es la zona más antigua de la ciudad que aun permanece en pie. Los viejos almacenes y graneros portuarios han sido transformados en modernos hoteles y edificios de apartamentos conservando las fachadas originales que le hacen mantener a la calle su aspecto marinero desde hace dos siglos. El toque moderno lo dan las luces de neón multicolores, las antenas parabólicas y los bares con terraza. En las noches de los fines de semana veraniegos, mucha gente permanece aquí hasta el amanecer bebiendo cerveza. Ya no es la zona de baja estofa que suelen tener todas las ciudades portuarias; de esta se llegó a decir que albergaba todos los vicios. Ahora, además de observar los innumerables veleros y yates atracados en el canal, puede uno reponerse en alguna de las cervecerías o restaurantes o echar una ojeada a alguna de las tiendas de antigüedades e incluso puede mandar hacerse un tatuaje. El tatuaje está aquí reconocido como una de las Bellas Artes y dejó de ser algo para "gente dudosa" desde que el anterior rey, Federico IX, hizo tatuarse un barco en su espalda en uno de los locales que aun permanece abierto.

A una corta distancia se encuentra Amalieborg, un palacio compuesto de cuatro edificios presididos en el centro por la estatua ecuestre de Federico V, donde se trasladó la familia real cuando su residencia en el palacio de Christianborg sufrió un incendio. Cuando la bandera está izada, la reina se encuentra en el palacio y el cambio de guardia será muy espectacular.

Y llegamos al final de este recorrido por el pasado y presente de Copenhague con el símbolo de la ciudad: la Sirenita. Nació del cuento homónimo de Hans Chistian Andersen y está emplazada encima de una roca que emerge del agua. Es difícil encontrar alguna hora en que no esté acompañada por decenas de turistas que inevitablemente se harán la foto-recuerdo con ella de fondo. Pero la actual Sirenita no es la estatua original, ya que a aquella le cortaron la cabeza en el 64 un grupo de gamberretes iconoclastas y hubo que hacerse una copia en los moldes originales, que aun se conservaban.

Como último detalle, es preciso decir que la Sirenita fue donada a la ciudad por Carl, el cervecero, en 1913. Comenzamos y terminamos nuestra travesía con su legado, como si hubiésemos cerrado un círculo caminando en línea recta. Ojalá hubiese más como él.

Artículo publicado en la revista Historia y Vida / Julio 1996
La versión completa está en el libro Territorio Vikingo
© Manuel Velasco

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